Un sueño que tiene su precio
Los clubes de marihuana no son para cualquiera. Hay que tener plata. Para entrar a uno se cobra una matrícula que ronda los 400 dólares (unos 11.500 pesos). La cuota mensual, en tanto, es de unos 3.000 pesos.
Cada 30 días, los socios se llevan unos 40 gramos de marihuana (el máximo que permite la ley) y también el tope al que podrán acceder quienes compren en las farmacias, cuando estas empiecen a comercializar la droga a partir del año que viene.
La cantidad no es mucho, sino “muchísimo”, advierte la presidente de la Asociación de Estudios del Cannabis del Uruguay (AECU), Laura Blanco, organización que fue pionera en el reclamo por la regulación del mercado de marihuana. Ella explica: “Nadie fuma 40 gramos. Y menos con esta marihuana que plantamos nosotros, que es muy buena y que a veces con dos pitadas ya estás”.
Pero no importa cuánto fume un socio. Si es parte de un club, y se logra sacar el máximo de 40 gramos por mes para cada uno de los miembros, este se deberá llevar toda la droga. “No puede decir yo quiero 10 o yo quiero 20. Se lo tiene que llevar todo porque la cuota la tiene que pagar entera, si no no dan los costos”, explica Blanco.
Los gastos son muchos: alquiler, luz, teléfono, estudio contable, sueldos para quienes trabajen (por lo menos un jardinero) y aportes sociales. Pero para Blanco, el esfuerzo económico vale la pena.
Ella explica que el 20% del mercado es el que cultiva o terminará cultivando en clubes o recurrirá al autocultivo, el restante 80% de los consumidores (“que fuman los fines de semana, o cuando van a la cancha, cosas así”, dice) será el que comprará en las farmacias. Los usuarios “experimentados”, señala, prefieren conocer bien qué es lo que están fumando.
El club
La puerta de un garaje que se abre y Juan Vaz, vocero de AECU, que repite lo que ya le fue aclarado al periodista antes llegar: no se puede revelar el lugar en que está ubicado este club de cannabis. No es un capricho. Tiene que ver con temas de seguridad.
Adentro, una escalera de madera. En el primer piso hay una habitación que Vaz cuenta es la del secado. Es el proceso final de la marihuana. El último previo a que esta se pueda fumar. Cuando el cogollo (la flor, que es lo que se fuma), ya cortada, se cuelga y se deja secar.
La escalera sigue y aparece otra habitación donde están las plantas madres. De allí se sacan “los clones”, que pasan a otro cuarto donde se cosechan. Vaz señala que allí hay unas 86 plantas. El máximo que se puede tener, según la ley, son 99.
Las plantas están bajo una luz artificial. Y cada lámpara que las ilumina y les da calor tuvo un costo de 12.000 pesos. Vaz advierte que en este club se paga un promedio de 25.000 pesos de luz cada mes, y según los números de AECU esta cifra es más o menos la misma que en todos los clubes.
Vaz, que planta marihuana desde hace años, es el que se encarga de formar a la gente de los clubes para que puedan llevar a cabo sus cultivos. “El proceso es complejo, y se aprende a prueba y error. No es que yo lo sé hacer porque sí, me llevó un montón de años desarrollar un método, y ahora trato de transmitirlo”, advierte.
Sobre las horas de trabajo que lleva atender las plantas, Vaz dice que una persona va todos los días, está un promedio de cuatro horas. El regado se hace cada tres días. Cada planta lleva un litro de agua. “Hay que hacerlo despacito. Regar te lleva un par de horas”, precisa.
Sobre las semillas que se plantan, el vocero de AECU dice que en este club hay seis variedades con distintos niveles de THC (el principal constituyente psicoactivo de la marihuana). Pero la verdadera diferencia, explica Vaz, se hace sentir en el gusto y en el olor.
“Solo los usuarios experimentados se dan cuenta de las diferencias (en cuanto a los efectos que causa cada variedad). Todas las plantas comparten más o menos el mismo rasgo, salvo que vayas a una punta y a la otra. En ese caso una te va a dejar en un sillón dormido, y en la otra te dejo más activo”, advirtió Vaz.
Sustentabilidad
Cuando la discusión previa a la reglamentación de la ley se estaba llevando a cabo, AECU fue invitada a participar. Blanco recuerda que al principio la idea del Poder Ejecutivo era que cada club podría tener un máximo de 15 miembros. “Cuando dijeron esto a mí me dio un ataque de ira en la Junta (Nacional de Drogas), y finalmente lo pasaron a un mínimo de 15 y un máximo de 45”, advierte la presidente de la organización.
Sin embargo, ella señala que incluso con 45 miembros es muy difícil de sostener la economía de los clubes. “Si pudieran ser 200 por club los costos serían mínimos, ahora es caro”, advierte.
Desde AECU reconocen que hay socios de los clubes que, como no llegan jamás a consumir los 40 gramos por mes, lo que les sobra lo reparten con amigos que no son parte de los clubes y que les ayudan a asumir los costos.
Pese a todo, para Blanco la ley es buena, y hace que “para el mundo, Uruguay sea como una estrella de rock”.
No es fácil conseguir un grupo de personas para abrir un club. De hecho, la presidente de la Asociación de Estudio del Cannabis del Uruguay (AECU), Laura Blanco, dijo que la mayoría de estos se quedan por el camino antes de dar el primer paso, que es el de elegir una comisión directiva encargada de tomar las decisiones. “Ahí se pelean y el proyecto se cae”, precisó. Por eso, algunos grupos de amigos, que quieren abrir su propio club y no logran llegar a la cantidad mínima de 15 personas, lo que hacen es buscar personas que firmen como socios, aunque luego no consuman. “Hay casos en los que no son más de cuatro o cinco y no quieren sumar a más, entonces hacen firmar a la tía, a la abuela, para llegar a los 15. Uno se da cuenta que las personas que están firmando no fuman, pero como ellos quieren tener su primer cultivo legal, la familia los apoya para que no terminen comprando en una boca”, explicó la presidente de la organización.