Ocurrió en Tailandia. Cometió un robo insignificante e insistió en que se convocara a la policía.
A comienzos del siglo pasado, el agudo narrador estadounidense O’Henry escribió uno de sus típicos populares cuentos neoyorquinos, relatos que solían caracterizarse por presentar una inesperada vuelta de tuerca en los últimos párrafos. Se trata de “El agente y la antífona”, pieza narrativa en la que presenta a un vagabundo llamado Soapy, quien al comienzo de cada invierno procura ser arrestado con el fin de pasar los meses más fríos en la “comodidad” del presidio.
En el cuento —y que no se reproche el spoiler en una obra que tiene más de un siglo— el protagonista lo hace todo para conseguir que la policía lo detenga, pero diversos azares se lo impiden. Finalmente, la música sacra proveniente de un órgano lo lleva a la conciencia de su propia miseria, y despierta en él un deseo de cambiar de vida. Y justo cuando se dispone a tomar las riendas de su destino, se produce el arresto que tanto había buscado.
En los últimos días sucedió en Tailandia un episodio real que —mutatis mutandis— presenta puntos de contacto con el relato del escritor estadounidense.
Según informaran medios de ese país asiático, un hombre de 60 años concitó el interés de la opinión pública luego de cometer un hurto menor en una tienda. Tras el delito se supo que la única intención del ladrón era ser arrestado e ir a la cárcel porque —aseguró— era demasiado pobre para llegar a fin de mes.
El hecho ocurrió a fines de julio en un comercio minorista en la provincia de Chonburi, al sur de Bangkok. El sexagenario, posteriormente identificado por la policía con el nombre de Phichit, fue sorprendido por el personal del comercio cuando robaba tres barras de jabón, botín que apenas sumaba un valor de 0,50 dólares.
El ladrón había sido atrapado con las manos en la masa, y las estrictas leyes tailandesas podrían imponerle multas de 30 veces el valor de lo robado, e incluso mandarlo a la cárcel por meses. Sin embargo, dado lo insignificante del robo y la evidente pobreza del perpetrador, la gente del local estaba dispuesta a hacer la vista gorda y conformarse con echarlo a la calle. De hecho, algunos clientes del lugar se ofrecieron a pagar los jabones. Para sorpresa de todos, el delincuente insistió en que se llamara a la policía.
Ante las obstinadas exigencias de Phichit, el personal llamó a la policía. Interrogado, el detenido dijo que prefería pasar un tiempo tras las rejas, donde recibiría tres comidas gratis al día y socializaría con otras personas, en lugar de estar en la calle, sin trabajo y en riesgo real de morir de hambre.
El informe no detalla la suerte corrida por el ladrón y si logró —como lo hiciera Soapy en el peor momento— su suite en prisión.
Más allá de eso, el caso de Phichit no dejó indiferentes a los tailandeses, quienes vieron en el episodio una consecuencia terrible de la enorme inflación que castiga al país, la mayor desde el año 2008.