Entre risas, aún en estado de shock, la señora contó a Montevideo Portal sus primeras reacciones al ver su hogar “destrozado”.
Pasó, tal vez, poco más de media hora desde que Gloria dejó su apartamento destruido. Aún se siente el humo en el parque Villa Biarritz pero, más que el olor, lo que domina es el ruido: sirenas de ambulancia, gritos de policías que piden que los vecinos y los curiosos se alejen, el vuelo de un helicóptero que monitorea la zona y, cada pocos minutos, el sonido que provoca el desplome de una pared o parte de un techo.
El edificio que explotó en la mañana de este viernes es objeto de decenas de miradas, y allí también están posados los ojos de Gloria, dueña de un apartamento en el noveno piso. Si no fuera por sus botas desabrochadas, nadie diría que esa señora de unos 80 años acaba de huir de su hogar. Detrás de la cinta amarilla que la Policía coloca enfrente al edificio, en la calle Leyenda Patria, Gloria conversa con su consuegra y se sacude el pelo. Dice que todavía tiene polvo del material que se desprendió sobre ella.
“¡Estaba en el baño, de camisón!”, cuenta a Montevideo Portal entre risas. “Se me cayó el techo encima, las baldosas, todo. Salí y le dije a mi marido: ‘Miguel, ¡se me deshizo el baño!’”.
Pero no era solo el baño. “Ahí vi que el apartamento estaba deshecho. La lámpara, tipo araña, se había caído arriba de la mesa. Estaba lleno de vidrios. Habían volado las puertas”, recuerda. Mientras contemplaba el panorama de la casa que habita hace 50 años, atinó a sacar algunas fotos y se las mandó a sus hijos. “Los llamé y les dije que estaba bien”, cuenta.
Su esposo fue quien la trajo a tierra. “Me dijo que me vistiera, que nos teníamos que ir”, relata. Y en medio del caos, Gloria encontró todo lo necesario: pantalón, camiseta, buzo, zapatos. Su marido tenía pronta una valija porque, como estaba enfermo, se había preparado por si debía internarse en el sanatorio. A Gloria le da gracia recordar la imagen de Miguel caminando entre escombros “con su valijita”.
Ambos bajaron por la escalera porque el ascensor estaba destrozado. En el trayecto se encontraron con la limpiadora del edificio y con otros vecinos. No vieron a ninguno lastimado.
Mientras relata lo que sucedió en esos primeros minutos, Gloria ve a su hija hacerse lugar entre la multitud que cada vez es más en el parque. Agustina camina entre los vidrios, los pedazos de yeso, las rejas, las vigas desprendidas, y va al encuentro de su madre. “¡Mamá!”, le dice en tono de alivio. “Me dijeron que estabas bien pero que te habían llevado en ambulancia”, le comenta con lágrimas en los ojos, y se abrazan.
“Fue tan espantoso, tan espantoso”, suspira ahora Gloria, que por fin parece caer en la cuenta de lo que acaba de sucederle. “Estoy bien, estoy bien”.
“Pensé que había habido un atentado”
Entre las decenas de personas que observan el edificio detrás de la cinta, por el peligro de derrumbe, llegan más familiares y amigos con la expectativa de asegurarse de que sus allegados están a salvo.
También está Isabel, una vecina que se dirigía a su trabajo cuando ocurrió la explosión. Dice que escuchó “un temblor impresionante” en el piso. Lo primero que pensó fue que se trataba de “un atentado”. Con otra mujer que caminaba en ese momento a su lado, también vecina, cambiaron de rumbo para saber de dónde había salido el estruendo.
Lo que vio cuando llegó… apenas lo puede describir.
“Una señora con un niño en brazos gritaba pidiendo ayuda. Decía que llamáramos al 911. ¿Viste que en esos momentos nadie sabe qué hacer?”, pregunta. Pero la Policía llegó enseguida; Bomberos y las ambulancias, estima, unos 10 minutos después.
En el tercer piso se veían llamas. El techo, hundido. En ese momento empezó a ver gente salir. Algunos estaban lastimados, recuerda. Muchos llevaban a sus perros a upa. De los edificios contiguos, donde también hubo daños, comenzaron a circular más personas. En unos 15 minutos se logró extinguir el fuego.
Ahora, cuando ya pasó casi una hora y ella sigue ahí, sin poder moverse por la conmoción, sus manos siguen temblando.