Spotify presentó su primer podcast hecho en Uruguay, donde se cuenta cómo se pudo condenar a Pablo Goncálvez por asesinar a tres mujeres.
Por Juan Ignacio da Silva
En la década de los 90, una serie de asesinatos de mujeres jóvenes conmovió a todo Uruguay. Fueron tres y ocurrieron en las inmediaciones de Carrasco, un barrio residencial que era más bien ajeno a los crímenes de sangre.
Generaciones de uruguayos crecieron con el caso, con lo dicho por la prensa y lo hablado tras bambalinas, con el nombre de Pablo Goncálvez como algo inherente a la crónica roja contemporánea. Cada tanto, alguna noticia que lo involucra aparece en los medios: su liberación, su detención por porte de armas y droga, la venta de su casa. Pero, ¿cómo fue el caso que marcó un antes y un después en la sociedad uruguaya?
Spotify presentó en agosto su primer podcast original realizado en Uruguay, llamado Frente al asesino, y producido por La Parla Media (los mismos de ¿Qué te pasó, Ernesto?, sobre el derrotero político de Ernesto Talvi). En una serie de 10 capítulos enmarcados en el género true crime, el reconocido actor César Troncoso narra la historia detrás de la investigación que encarceló al asesino serial de Carrasco, tras un arduo trabajo de producción con el que se logró acceder por primera vez al expediente.
Desde la productora señalaron a Montevideo Portal que el proyecto surgió por un “interés vocacional”: “La mayoría de los involucrados en el podcast crecimos con el caso, pero éramos chicos para entenderlo”. Entonces decidieron ir a fondo con una investigación en profundidad y el objetivo de entender por qué había marcado tanto a los uruguayos.
Se acercaron a Spotify y la empresa se interesó por esta idea que terminó contando con el sello de calidad que implica ser un Spotify Original y el know-how respecto al modo de contar la historia. Frente al asesino llegó a posicionarse como el podcast más escuchado de Uruguay. “Está generando sensaciones en la gente; les está moviendo el carrusel porque te transporta al momento de los hechos”, dijeron desde la producción.
Debido a que se trata de un tema “hiper delicado”, el equipo pasó el guión por varios filtros antes de ser publicado el producto final, con el objetivo de conseguir “el equilibrio entre contar la historia como fue y mantener el respeto a las familias de las víctimas”, aseguraron integrantes de la productora. “La versión final fue pasada por muchísimos de estos filtros para asegurarnos de que el tema se tratara con el respeto y profesionalismo que amerita, sin caer en especulaciones”, añadieron.
En la producción trabajó un equipo interdisciplinario compuesto por periodistas, historiadores, abogados y técnicos de audio entre otros profesionales, con la dirección, producción ejecutiva y supervisión de Nicolás Santo y Álvaro Caso Bello, la producción de Felipe Fernández y Federica Bordaberry, la edición y mezcla de sonido de Conrado Hornos, y la música original de Nacho González Nappa, co-ganador de un Latin Grammy.
El comienzo del horror
Transcurría enero del 92. Concretamente era el primer día del año y Ana Luisa Miller no había llegado a su casa después de una fiesta a la que había ido con su novio. Su familia hizo la denuncia y comenzó una búsqueda que tendría éxito en encontrarla, pero la desgracia de que fuera sin vida. El cuerpo de la joven apareció esa tarde en un arenal de Solymar (Canelones) y presentaba signos de violencia.
Más tarde hallaron su auto a cinco cuadras de su casa, pero a 14 kilómetros del lugar en el cual apareció su cuerpo: estaba cerrado y en su interior había refrescos, caravanas y manchas de sangre. Lo que pocos sabían era que este sería el inicio de varios años tortuosos, de idas y vueltas, de llantos, de interrogatorios y demasiados cabos sueltos.
La investigación comenzó el segundo día del año. ¿Cuántos habían sido los victimarios? ¿Cuál había sido el motivo? ¿Por qué el auto y el cuerpo aparecieron en lugares distintos?
De a poco fueron apareciendo posibles líneas de investigación: un video en la cena de esa noche, una camisa encontrada cerca del cuerpo y un cinturón de auto que apareció cerca del lugar, entre tantas otras pistas que parecían no llevar hacia ningún lado.
Incluso llamaron a una “sensitiva” que había percibido el lugar exacto en donde había aparecido el cuerpo de un niño. Para ella, el asesino de Ana Luisa era rubio, de ojos celeste y con una cicatriz en la ceja izquierda.
“En este momento hay tres millones de sospechosos”, declaró el inspector del caso. La investigación se encontraba estancada.
Las aguas parecieron aclararse cuando —en lo que fue un hecho inédito —viajó un agente del FBI a Uruguay para colaborar con el caso. En ese momento, las investigaciones llevadas a cabo en el sur eran muy tradicionales y basadas principalmente en el capital humano, pero desde tierras norteamericanas llegaron herramientas más sofisticadas.
El trabajo del agente y las declaraciones del novio
La línea de investigación que manejaba el juez Rolando Vomero se basaba en lo dicho por el novio de Ana Luisa: él y su novia cenaron en su casa, fueron a un restorán en donde estaba la familia de ella, se retiraron, pasaron por la casa de él, luego por lo de unos amigos hasta finalmente llegar a una fiesta organizada por el Old Christians Club. Todo ese recorrido fue hecho en un auto Fiat 1 de Ana Luisa, pero manejado por su novio, Hugo Sapelli.
A las 6:15 de la mañana se retiraron, volvieron a la casa de él, tuvieron relaciones y a las 7:20 Ana Luisa se fue. Sobre el mediodía, la madre de Hugo lo despertó, le contó que había desaparecido Ana Luisa y horas después hallaron el cuerpo y el auto.
Un joven que estaba en una casa contigua entre las 7:15 y las 7:30 declaró que no vio nada y que, ni el Fiat 1 ni un auto celeste que Sapelli decía haber visto, estaban ahí. Además, mientras estaba en la seccional, un policía escuchó al joven decir por teléfono: “Retirá eso de ahí. Hacelo desaparecer porque pueden ir a revisar”.
De esta forma, el novio de Ana Luisa comenzó a ser visto como el principal sospechoso.
El agente del FBI sometió a Sapelli a una prueba de polígrafo (una máquina detectora de mentiras) y notó que hubo “cambios en las declaraciones realizadas”. En tanto, desde Washington DC un colega realizó un informe en el que coincidía con las conclusiones del agente en Uruguay. Para los investigadores rioplatenses el polígrafo no dejaba lugar a dudas, entonces decidieron ir con todos los recursos para hacer caer al novio de la víctima.
El testimonio de un vecino
En medio de la confusión se dio a conocer el testimonio de un vecino que vivía a pocas cuadras de donde había aparecido el cuerpo y decía haber visto a un Fiat 1, dos mujeres y un hombre entre las 6:30 y las 6:40 de la madrugada del 1° de enero. Una de las mujeres corría a la otra, que había sido alcanzada y empujada hacia el auto. Posteriormente buscaron algo en el suelo y se retiraron. Al mostrarle un video, reconoció a Ana Luisa y a su novio como dos de las personas presentes. Sin embargo, en los primeros dos meses de investigación no se le prestó atención.
La teoría de que el novio era el asesino creció en popularidad y varias de sus declaraciones comenzaron a ser puestas en tela de juicio, pero Sapelli redobló la apuesta y pidió que se lo interrogara bajo el efecto de la hipnosis. Luego trascendió que el informe no indicaba que estuviera mintiendo, aunque apareció otro documento que negaba que el joven hubiera sido hipnotizado por completo.
La muerte de Andrea Castro
En setiembre de 1992, Andrea Castro, una joven de 15 años, fue a un boliche en Montevideo y nunca más volvió. Veintiún días después apareció su cuerpo sin vida enterrado en la Playa Mansa de Punta del Este. No mostraba signos de violencia sexual ni de intoxicación; la muerte había sido por asfixia.
Distintas versiones comenzaron a circular: se decía que un chico la había arrastrado a una moto en la puerta del boliche England —Carrasco—, que se había ido sola y caminando, que había salido a las 3:30, que se había ido a las 5:30 o que a esa hora ella seguía ahí. Tampoco faltaron los juicios estereotipados, como que se vestía de manera provocativa y que le pagaban por bailar.
Se interrogó a su círculo más cercano, al dueño de la discoteca, al DJ, a empleados del lugar bailable y a exparejas, pero todo cambiaría cuando un interrogado mencionó a un tal Pablo, que aparentemente había sido novio de Andrea y según el DJ había estado en England la noche del homicidio.
Pablo declaró como testigo y admitió haber ido a la discoteca, pero dijo que simplemente había saludado al DJ y que no había visto a Andrea. Era el primero de los interrogados en sembrar dudas sobre la presencia de Andrea en England esa noche y, aunque aún nadie no lo sabía, haber dado con ese tal Pablo permitiría unir varios cabos sueltos en un futuro.
La tercera víctima: María Victoria William
El año 93 trajo con él una nueva desgracia. En febrero, María Victoria Williams esperaba el ómnibus en Arocena y Lieja —Carrasco— pero nunca llegó a tomárselo. Tenía 21 años, estudiaba Comunicación e iba camino al trabajo. Su desaparición fue en la misma zona en la que habían encontrado el auto de Ana Luisa y en la que estaba localizado el boliche England.
El vidente Marcelo Aquistapache decía verla muerta y bajo un sauce. Ese lugar fue encontrado, pero María Victoria no estaba allí. Sin embargo, dos días después, la familia de la joven recibió la desgarradora noticia de que su cuerpo había sido hallado sin vida, justo donde Aquistapace lo había visionado.
“Toda la Policía a la caza del psicópata de Carrasco”, tituló El País. Es que las semejanzas entre los tres casos eran muchas: habían sido por asfixia, en Carrasco, sin abuso sexual, a tempranas horas de la mañana y en días lluviosos. Se estaba frente a un asesino múltiple y eso despejaba varias hipótesis, pero faltaba un nombre que estaba ahí, a la vista de todos, escondido.
Una violación que cambió el rumbo de la investigación
En ese momento, una denuncia por violación radicada en 1991 volvió a la mente de los investigadores. La víctima había acusado a un hombre llamado Pablo Martínez. El caso había quedado registrado en un oficio.
Dos años después, los ojos volvieron a estar sobre este Pablo, que vivía en las calles Arocena y Lieja, muy cerca de donde había aparecido el cuerpo de María Victoria Williams. Fue citado a declarar y se descubrió que no era Martínez: el hombre era Pablo Goncálvez.
Tras allanar su casa encontraron un frasco de éter, armas de fuego y la tarjeta personal de Andrea Castro, la joven asesinada meses atrás. Y sí, el éter y la tarjeta llamarón la atención de Boris Torres y José Felisberto Lemos, los dos comisarios que lideraban el caso.
Goncálvez fue detenido en la frontera con Brasil luego del arduo trabajo de estos dos comisarios conocidos como los “sabuesos”, que unían al hombre con los crímenes de Castro y Williams por varios hilos: vivían en el mismo barrio, se movían en el mismo ambiente y su perfil psicológico indicaba que era una persona tan violenta como audaz.
Una vez en Montevideo, comenzó el interrogatorio. Fueron horas en las que Goncálvez solo lloraba, gemía y negaba haber sido autor de los homicidios, pero el tiempo apremiaba y el presumario duraba un máximo de 48 horas. Necesitaban una confesión contundente para cerrar los casos.
La confesión
“Monstruo: Pablo José Goncálvez confesó la autoría de los crímenes de Castro, Williams y una violación”, tituló La Mañana. Después de 20 horas, el detenido se quebró y confesó.
A Andrea la había asesinado luego de una discusión. Estaban tomando cerveza, ella se bajó del auto, fue a la playa, él la quiso llevar a la fuerza y le apretó el cuello hasta quitarle la vida.
Respecto al homicidio de María Victoria, sus declaraciones fueron aún más impactantes. Estaba en su casa cuando la vio pasar caminando. Se dirigió a la parada y la convenció de que lo acompañara hasta su casa porque necesitaba ayuda con su abuela enferma: le colocó un algodón con éter en la nariz y la mató.
Pero la historia no termina ahí. Después de dejarla detrás de un sillón de su casa, fue a la cocina, tomó un vaso de Coca Cola, la cubrió con una bolsa, se fue a dormir, volvió a bajar a la cocina, compró repuestos para el auto, se encontró con unas chicas con las que había bailado la noche anterior, volvió a su casa, durmió y se despertó al mediodía. Reparó una moto, arregló otras cosas, y recién ahí resolvió hacer algo con su víctima: cargó el cuerpo en el auto y lo enterró en Punta del Este.
El 22 de febrero de 1993 Pablo Goncálvez fue procesado con prisión por dos delitos especialmente agravados, un delito de violación y otro de ultraje público al pudor.
Faltaba un caso
Aún restaba resolver el homicidio de Ana Luisa Miller y, aunque el juez decía que no había elementos probatorios que vincularan a Goncálvez con ese crimen, los “sabuesos” estaban convencidos de lo contrario.
El 3 de marzo consiguieron una autorización para interrogarlo por el caso Miller. Después de una larga noche de preguntas sin ninguna confesión, Goncálvez se acostó a dormir. Cuando despertó, admitió haber matado a Ana Luisa. Sin embargo, su postura no duraría mucho: cuando todo parecía resuelto, la investigación dio un giro y Goncálvez de repente comenzó a negar su autoría en los homicidios.
Ya no había elementos materiales para apoyar una decisión judicial y, al rectificarse, la carta clave que sostenía el caso empezó a tambalear y los investigadores intentaban buscar pruebas por todos lados. Goncálvez declaró entonces que todos los datos del homicidio habían sido proporcionados por la Policía para que admitiera ser culpable. Además, dijo haber sido torturado psicológica y físicamente por los interrogadores, amenazando con lastimar a su familia y atribuirle otros crímenes aún sin resolver. Su confesión se daría a cambio de que pudiera permanecer en la Cárcel Central.
En el marco de esta investigación se intentó entrevistar a José Felisberto Lemos, uno de los comisarios encargados del caso, pero, en medio de las gestiones, falleció por covid-19. Lemos se encontraba preso por torturas previas al caso en cuestión, y había aceptado ser entrevistado. Con él se iba la última posibilidad de resolver varias incógnitas tantos años después.
A pesar de que los defensores de Goncálvez querían tomarlo como inimputable, la jueza accedió al pedido de la fiscal y decretó su procesamiento por el homicidio de Ana Luisa Miller. Lo que pocos imaginaban era que esto también estaba lejos de ser el final.
Acusaciones de apremio y un cabo que seguía suelto
Los abogados defensores continuaron insistiendo en que las confesiones de Goncálvez habían sido obtenidas bajo torturas, que la Policía había armado el esquema y que parte de la situación era culpa del mal trabajo de los abogados de oficio que lo asesoraron en un principio. Una nueva reconstrucción del crimen de Andrea se centraría en determinar si era más creíble su confesión o su rectificación.
Por otra parte, surgieron pruebas incriminatorias: la corbata hallada junto al cuerpo de Andrea Castro era del padre de Goncálvez y el frasco de éter lo vinculaba con la muerte de María Victoria Williams.
Según la sentencia, se detectaron “irregularidades procesales, desprolijidades formales”, pero insuficientes para excluir cualquiera de las pruebas recabadas. Para el juez William Corujo, su declaración tenía detalles que solo podían ser conocidos por el autor material de estos crímenes y era imposible que la policía hubiera armado la declaración perfecta.
Finalmente, el 9 de febrero del 1996, Corujo condenó a Goncálvez a 30 años de penitenciaría como autor de un delito de violación, de ultraje público al pudor y dos homicidios —uno de ellos especialmente agravado—.
Sin embargo, la defensa continuaría con su acusación a la policía de haber obtenido las declaraciones de Goncálvez bajo apremio. Tan así que se llevó a cabo un proceso penal independiente para investigar la actuación de los policías en el caso.
Por otra parte, el caso Miller continuaba sin ser resuelto y, si no había sido Goncálvez, quedaban otras líneas de investigación: por un lado, las declaraciones del novio de Ana Luisa y, por el otro, el testimonio del vecino. La hipótesis del entonces llamado “crimen pasional” continuaba en pie.
El juez no habilitó dudas y se lo atribuyó a Goncálvez, algo por lo cual el procesado continuó insistiendo desde prisión con su versión de los hechos, desligándose en todo momento del homicidio de Ana Luisa.
En 2016 se dispuso su libertad anticipada tras descontar años de pena a través de estudio y trabajo. En total, Goncálvez pasó 23 años en prisión. Un año después fue detenido y condenado a dos años de penitenciaría en Paraguay por posesión de armas y drogas. Aunque mucho se ha especulado sobre su actual pasar, poco se sabe. Según algunos, Goncálvez circula por las calles uruguayas.