“El mundo va a tener que superar el edadismo”, advierte Rodolfo Saldain, autor del libro “La era de los nuevos viejos”.
Por Gerardo Carrasco
gcarrasco@m.uy
Las próximas décadas estarán marcadas por tres grandes tendencias: el envejecimiento demográfico, las nuevas tecnologías y el crecimiento de la desigualdad en dimensiones insospechadas.
¿Cuál es el papel de la seguridad social en el nuevo contexto? ¿Cómo dar seguridad económica a más viejos, con menos jóvenes, durante más años? ¿Qué otros desafíos surgen de esas tres megatendencias?
A esas vastas preguntas y a otras derivadas de ellas responde el abogado uruguayo Rodolfo Saldain en su libro La era de los nuevos viejos, obra sobre la que dialogó con Montevideo Portal.
“Este libro surge de tres posibles proyectos que tenía hace unos años, y me decanté por este por entender que los cambios demográficos globales y en Uruguay muestran un panorama del siglo XXI radicalmente distinto al del siglo pasado. Y eso tiene un enorme impacto en todo, en la vida cotidiana y en los sistemas de protección social”, explica Saldain, quien es reconocido como uno de los principales expertos uruguayos en seguridad social, principal área de su actividad pública, docente y de investigación.
“En cuanto a lo cotidiano, hablamos de que en este siglo se van a dar vidas del entorno de cien años” ya no como rarezas, sino como algo corriente. Por tanto, “no pueden se concebidas de la misma forma que en el siglo pasado, con tres etapas claramente definidas: una de formación, otra de trabajo y un retiro de la actividad productiva a partir de los 60 o 65 años”. Para Saldain, una de las características del siglo que transitamos es que “desaparecen las fronteras entre estas etapas y surgen a su vez etapas nuevas. La educación, la formación y capacitación tienen que estar presentes durante toda la vida”, ya que ,”es un imperativo de una segunda fuerza que también le va a estar dando forma al futuro, que es el avance tecnológico. Sin una capacitación permanente, actualización e incorporación de nuevos conocimientos y habilidades, va a ser muy difícil superar el riesgo de obsolescencia laboral”, vaticina.
“Por otro lado, vidas más largas -y saludables- dan una enorme oportunidad de aprovechar el capital humano y social formado por las personas mayores”, asegura.
“Así como en algún momento se habló de la existencia de un bono demográfico para países muy jóvenes, como en nuestra región lo es Paraguay, que tiene una excelente oportunidad demográfica, hoy se habla del dividendo de la longevidad, que es el provecho que los países pueden sacar social y económicamente de vidas más largas”. En ese contexto, operan “dos fuerzas que a van a estar dando forma a las próximas décadas: la masificación de la longevidad y el cambio tecnológico, algo que va a tener muchos efectos no solo en lo laboral, sino en una esperanza de vida más larga y saludable. Y también va a incorporar, entiendo yo, una dimensión hasta ahora poco estudiada de la desigualdad, que es la desigualdad en calidad de vida y en la propia extensión de la existencia”.
Rejuvenecedor caballero es Don Dinero
En su libro, Saldain explica que este prolongamiento de la vida “no es parejo”, y está vinculad o a dos grandes factores de heterogeneidad. Uno de ellos es “el tema género. Las mujeres viven en promedio cuatro años más que los hombres. El segundo factor “que es bien importante y que se viene acentuando fuertemente, es la heterogeneidad de la esperanza de vida en razón de niveles socioeconómicos: personas más educadas, con mejores niveles de ingresos y demás, tienen en promedio 5, 6 o más años de vida. Esto tiene un impacto enorme no sólo en la vida misma, sino en el diseño de sistemas de protección social”, sostiene.
Por ejemplo, respecto a las edades de acceso a los beneficios jubilatorios, “generalmente se establecen con carácter único, y en un umbral de entre 60 y 67 años, algo que varía según los países. Sin embargo, los “60 años de una persona no son los mismos que los de otra. “Eso impacta de manera muy distinta, porque a esa edad la expectativa de vida, la edad prospectiva puede ser muy diferente, incluso dentro de un mismo país, si se observa por nivel socioeconómico”. El autor advierte que “en Uruguay no hay estudios en profundidad sobre el tema”, pero que los resultados de algunos proyectos en los que él mismo trabajó “muestran que en los niveles socioeconómicos privilegiados de la sociedad eso también está presente. Algunos colectivos viven claramente unos 5 o 6 años más de lo que indican en promedio las tablas de mortalidad”.
Buena parte de la longevidad “está dada por el acceso a la salud y los estilos de vida saludables”, indica Saldain. “También pesa, obviamente, la suerte que hayamos tenido en la lotería genética, y este punto hoy es también parte de la desigualdad, porque hay nuevas terapias que tienen bases genéticas y que inicialmente son muy restringidas en su acceso. Hoy es posible identificar genes que causarían patologías incluso mortales, y se puede actuar sobre el gen asociado a ellas. O bien de manera más primitivas, como en el caso de Angelina Jolie, que luego de determinarse que era portadora de determinada genética (que aumentaba notoriamente sus probabilidades de padecer cáncer de mama) se hizo una mastectomía bilateral. Ese tipo de técnicas diagnósticas y terapéuticas no van a ser de acceso universal, por lo menos en un comienzo. Por tanto, ahí hay otro elemento importante de distinción, diferenciación o desigualdad social”, considera.
Boomers y Millennials, un solo corazón
“Cuando se habla de envejecimiento activo, la calidad de vida a edades avanzadas depende obviamente del estado de salud y la historia personal, de cómo llega cada uno a la vejez. Pero también tiene que ver con el hecho de tener un propósito en la vida, y en buena parte este está asociado a la actividad laboral”, subraya el profesional.
El autor
“La mayoría de los países desarrollados permiten que la mayor parte de las personas, aún percibiendo jubilación, trabajen ¿Esto bloquea las oportunidades laborales de los jóvenes? Es una pregunta muy importante en un país como Uruguay, ya que incluso antes de que llegara la pandemia, la tasa de desempleo global era del orden del 10%, y en la población más joven alcanzaba el 30%”, recuerda.
“En los países que han estudiado esta eventual competencia entre jóvenes y viejos, han constatado que no se produce. Por el contrario, un mayor nivel de actividad de los mayores genera mejores oportunidades laborales para los jóvenes”, asegura, añadiendo que ello ocurre básicamente por dos razones. “En primer lugar, porque el tipo de trabajo de los viejos no es el mismo que hacen los jóvenes. Y en segundo término, por el mayor dinamismo económico que implica el mayor trabajo de los jóvenes”.
A modo de ejemplo, señala lo que sucede en dos países con realidades económicas diferentes, como Estados Unidos y España. En el primero de ellos, “el grueso de las nuevas iniciativas empresariales surge de personas de más de 50 años”. Y en España, país “que permite trabajar estando jubilado, el 80% de quienes optan por esa modalidad generan su propio emprendimiento”, es decir, no van a por los empleos a los que aplican los jóvenes.
“En Uruguay existe la errónea creencia de que quien se jubila ya no puede trabajar, pero eso aplica solo al sector privado. Un empleado público después de jubilarse puede trabajar en cualquier actividad privada”, detalla. Por ejemplo, alguien jubilado por la Caja Profesional podrá trabajar en cualquier actividad que no esté asociada a la profesión por la que se retiró.
“Aproximadamente la mitad de los jubilados uruguayos tiene chance de trabajar legalmente luego de la jubilación”, por lo que “no está claro que en Uruguay esté prohibido jubilarse y trabajar, sino que más bien sucede lo opuesto, es una restricción que aplica sólo a los trabajadores del sector privado”, insiste.
“Si concluyéramos que hay competencia entre trabajadores jóvenes y mayores, habría que hacer una revisión más profunda. Si bien no hay estudios sobre ello para Uruguay, los realizados en otras partes dicen lo contrario: no hay competencia sino complementariedad”, enfatiza.
“El mundo laboral va a tener que superar el edadismo, ese conjunto de normas que hace que en algunas actividades haya que retirarse a los 60 años”, opina, ya que eso “no tiene sustento y deber terminar”.
Por otra parte, considera que algunas de estas normas que impiden el acceso a ciertos trabajos basándose en la edad “podrían estar violando los derechos humanos de las personas mayores”. Y recuerda que “ya ha habido algún pronunciamiento de la Institución Nacional de DDHH respecto a algún organismo público con normas de ese tipo”, así como “se ha cuestionado que, en materia de ingreso de nuevos trabajadores, se establezca un límite de edad”.
El fin del mundo tal como lo conocemos
“Las próximas décadas van a ser una temporada de cisnes negros, por usar una expresión de Taleb: aquel evento improbable que, en caso de ocurrir, lo cambia todo y que a posteriori es muy fácil de explicar”, entiende el escritor.
“Seguramente van a haber descubrimientos científicos y tecnológicos que facilitarán mucho la actividad de las personas mayores en diversos ámbitos. Asimismo, ya en la actualidad la incorporación de tecnología “hace que tareas que exigían fuerza física cada vez la requieran menos, algo que va a permitir un mayor aprovechamiento del potencial humano”. Algo muy importante si se tiene en cuenta el panorama demográfico que se presenta.
“En el siglo pasado, y como producto de la enorme natalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial, fenómeno conocido como Baby Boom, la población aumentó. En este siglo ocurre lo opuesto en buena parte del mundo, incluido Uruguay: cae la natalidad y baja la población, y el sector que más crece es el de 65 o más años”.
Y si el siglo pasado vio el nacimiento y auge de la adolescencia como categoría social y cultural, en el siglo XXI “el grupo social de más crecimiento es el de los viejos”, razón por la que ” hay necesidad de poner un ojo desde esa perspectiva”, asegura el autor, señalando que su libro “tiene dos nivele de lectura. Uno de ellos, y sobre el que se ha tratado líneas arriba, tiene que ver con las características demográficas que tendrá el mundo en las próximas décadas, y de las que surge el título del libro. El segundo nivel de lectura refiere “al impacto de todo esto en los sistemas de seguridad social”. En la obra “se repasan las que yo considero las mejores experiencias al respecto en el mundo, y también el caso uruguayo.
Los mejores de la clase
En materia de protección social “los países tienen que superar tres pruebas: sustentabilidad, suficiencia o adecuación de las prestaciones, y cobertura. El primer punto tiene que ver con que el sistema sea financiable y con una razonable justicia intergeneracional. El segundo, con que el nivel de beneficios que se obtengan sea adecuado para sustituir a los niveles previos de vida”, es decir, pasividades que no sean ridículamente bajas respecto al salario. Y el último ítem “implica que esa protección social llegue a toda o la mayor parte de la población”.
Teniendo como referencia esa tríada, el autor señala a algunos países que califica como “los mejores de la clase” y que son “los Países Bajos, Dinamarca y, en cierta medida, Suecia”.
Saidán se detiene especialmente en el caso holandés, señalando que “es un país que, en materia jubilatoria tiene un gasto de poco más de la mitad del uruguayo, con beneficios netamente superiores a los nuestros, comparados con los ingresos previos de las personas, y cobertura universal” esto último a pesar de tener una población todavía más envejecida que la de nuestro país “¿Cómo es posible que países más viejos, con menor gasto público ofrezcan mejores beneficios? Esta aparente contradicción se explica, según el autor, a que los Países Bajos “adecuaron muy tempranamente su sistema previsional al cambio demográfico, que es la clave en esto”.
¿Cómo lo hicieron? “Con un componente público relativamente bajo y con un sistema mixto muy desarrollado, donde hay un segundo pilar de capitalización completa, colectiva, y un tercer pilar de ahorro voluntario muy estimulado”.
“El segundo pilar es central en esos países”, apunta el autor, señalando una característica que lo hace “llamativo para una visión desde el Río de la Plata”, y es que “nace de la negociación colectiva”.
“Son regímenes complementarios privados nacidos de la negociación colectiva, plenamente financiados y con una gestión muy profesional de los fondos. De hecho, son los países que tiene los mayores niveles de activos previsionales en todo el mundo”, es decir, “el mayor volumen de ahorro administrado para financiar jubilaciones”.
En su análisis de estos mejores de la clase, Saldain detalla que “son países que tienen regímenes mixtos de larguísima data, de 40 o 50 años, y que los revisan permanentemente para mantener su viabilidad”.
Entrevista adelante, el autor se refiere al caso francés y la reforma previsional propuesta por su actual gobierno, iniciativa que generara una masiva y encarnizada protesta, con el surgimiento del movimiento de los denominados chalecos amarillos. Cuando dicha deforma se debatía, desde diversos sectores se acusó al gobierno de perjudicar a los jubilados actuales y futuros en lugar de poner el foco en el capital, señalando que el simple hecho de bloquear el flujo de grandes capitales hacia paraísos fiscales, bastaría para sanear la seguridad social del país.
“El capital es esquivo a la tributación, y en la medida en que puede, huye”, indica Saldaín, apuntando que el sistema previsional francés “tiene además una característica terrible” que es la de contemplar “cuarenta y dos regímenes diferentes”. En ese contexto, uno de los puntos de la controvertida propuesta de Phillipe Macron “pretendía unificarlos, y que cada euro aportado diera derecho al mismo nivel de beneficios”.
Para el autor, ese “es un principio muy interesante, que lleva a cuestionarse la existencia de regímenes sustitutivos, al menos en el nivel de base”. De ese tipo de regímenes “nosotros no tenemos 42, sino 5, alguno de ellos muy polémico y todos desfinanciados”, asegura.
“El Banco de Previsión Social (BPS) tiene un desfinanciamiento muy marcado. Lo mismo pasa en los servicios militares y policiales, donde es opinable, por ejemplo, que un abogado del Ministerio de Defensa o del Ministerio del Interior, tenga un régimen diferente que uno del Ministerio de Economía y Finanzas. O que un odontólogo comprendido en el régimen policial o militar tenga un régimen diferente que uno que trabaja en ASSE. El fundamento no existe, más allá de que se pueda dar algún caso particular, casos de riesgo de muerte, como el del policía ejecutivo o el soldado combatiente, pero son situaciones excepcionales”, explica.
“Hoy tenemos personas en situación de retiro con 50 años de edad y todas están trabajando en otra actividad. Parecería que una revisión del régimen tendría que ser general, y uno de los principios que yo postulo es una cierta homogeneidad en el sistema de base, sin perjuicio de contemplar situaciones excepcionales como también se hace se hace en el ámbito del BPS, a través de los que llama Servicios Bonificados”, agrega.
El Uruguay del futuro
Para Saldain, el futuro del país en lo que respecta a sus sistemas de protección social “va a depender mucho de a qué soluciones arribe en los próximos meses el trabajo de esa comisión de expertos que es está votando en la Ley de Urgente Consideración (LUC)”.
“Podemos pensar en un primer escenario donde ese trabajo fracase y no haya cambios. En ese caso, vamos a tener en materia jubilatoria un gasto público sistemáticamente creciente, con necesidad permanente de mayores recursos, ya sea desde los aportes o por transferencias del gobierno central” describe.
Paralelamente, “algunas de las instituciones que están por fuera del sistema público (las denominadas “cajas”), si no procesan rápidamente una reforma, es probable que entren en una situación de desfinanciamiento muy difícil de solucionar”. Por todo ello, si “miramos hacia un horizonte en el que la situación siga como hasta ahora, el nivel de presión sobre la gente en actividad va a ser enorme”.
Entre los números que incluye en su libro, Saldain detalla que en el año 2018, “el BPS cerró el gasto de jubilaciones más o menos en las cifras previstas para dentro de 40 años. Es decir que hubo una serie de medidas que adelantaron cuatro décadas una situación de desfinanciamiento que ya era marcada”. En ese mismo año, el gasto del BPS respecto al PIB fue de 6,45%, “y se prevé que en menos de 30 años trepe hasta el 8%, si todo sigue así”. Sin olvidar que “eso también depende de cuánto crezca el PIB, porque son variables interrelacionadas”.
“El peso de la mochila sobre las nuevas generaciones va a ser cada vez más grande, salvo que se tomen medidas en el sentido de acotar las responsabilidades públicas e incrementar el componente de capitalización plenamente financiado en el sistema”, concluye.