Zaporiyia es una puerta de entrada a la Ucrania libre. Centenares de personas llegan allí cada día desde los territorios ocupados por Rusia. Y relatan el horror.
“Durante dos meses, hemos vivido bajo la ocupación. Hemos sufrido, sufrido y sufrido”. Como Igor Kydryavtsev, una decena de ucranianos relataron a la AFP su vida en las zonas del sur del país controladas por las fuerzas rusas. Historias de abusos, saqueos, colaboración y resistencia.
A sus 35 años, este padre de familia huyó la semana pasada de Novotroyitske, en la región de Jersón, con su esposa y su hija. “Si dices una sola palabra en ucraniano y alguien te oye y se lo dice [a los rusos], vienen a tu casa y te secuestran”, afirma. “Unos vuelven, otros no. No podemos vivir así”.
Igor Kydryavtsev ha hecho una parada en Zaporiyia, una ciudad industrial del sur que todavía está controlada por Ucrania. Los combates están a tan solo unas decenas de kilómetros, en este frente Sur en el que los rusos van ganando terreno poco a poco, como también ocurre en el este del país.
De vez en cuando se escuchan bombardeos de lejos y la semana pasada, por primera vez, un cohete ruso alcanzó un edificio de viviendas, pero Zaporiyia persiste como una puerta de entrada a la Ucrania libre. Centenares de personas llegan aquí cada día desde los territorios ocupados: algunos, de paso; otros para quedarse.
“El reino del terror”
Es el caso de Natasha Borch, quien, junto a sus dos hijos de dos y seis años, abandonó la región de Orijiv, al sur de Zaporiyia. Según ella, en las zonas de la región controladas por los rusos, reina el terror.
“Estaban todo el tiempo ebrios. Iban por las calles rompiendo sus linternas contra las ventanas y a veces disparando”, recuerda.
Natasha Borch afirma que centenares de conocidos suyos se vieron de repente apresados en sus sótanos, con “las manos y las piernas atadas” y que la madre de una de sus amigas fue “secuestrada”. “Nadie sabe qué le ocurrió”, asegura.
La mujer también describe robos sistemáticos. “Querían dinero y autos. Y si alguien no quería darles su coche, le disparaban en las piernas”.
Varios de los entrevistados pidieron a la AFP que se les identificara únicamente por su nombre de pila. Todos hicieron alusión a robos cometidos por los rusos.
Algunas acusaciones recordaban a los testimonios de los vecinos de los suburbios de Kiev, que los rusos ocuparon en marzo, pero ninguno de los entrevistados mencionó ejecuciones como las de Bucha.
“Teníamos una vida tranquila, trabajo. Y luego llegaron y lo destruyeron todo”, señala indignado Igor Kydryavtsev. “Te quitan tus equipos, tus coches. Le quitan los cereales a los agricultores”, cuenta.
La cuestión de la tierra es especialmente sensible en Ucrania, un gigante agrícola que exporta a todo el mundo. A finales de abril, la fiscalía general de Zaporiyia acusó a los soldados rusos de haber robado “61 toneladas de trigo” en la región.
Oleksii (seudónimo), un agricultor que suele venir a Zaporiyia para vender sus frutas y verduras, cuenta cómo una importante empresa de la región fue desvalijada por los rusos, que se llevaron toneladas de pepinos con la idea de revenderlos “en Crimea“.
Los abusos
Pero, para la mayoría de los ucranianos, la mayoría de los abusos se producen en los puestos de control de carretera.
Leo (otro seudónimo) afirma que perdió a un primo en los primeros días de la invasión. Según él, lo mataron por haberse negado a pararse en un puesto de control de Nova Kajovka, una ciudad cercana a Jersón.
“¿Quizá quiso protestar? En cualquier caso, murió en su coche, protegiendo con su cuerpo a nuestra abuela”, explica el hombre, un chofer de 33 años.
Según él, en los retenes, los rusos “te preguntan: ‘¿Podría ‘compartir’ esto o aquello con nosotros?’ Y tú entiendes que si no lo compartes, permanecerás en el retén verdaderamente mucho tiempo. Así que compartes”.
El agricultor Oleksii cuenta que él se ha quedado “tres veces en calzoncillos” en medio de la carretera. Elementos prorrusos del Donbás le ordenaron que se desnudara “para comprobar que no tenía tatuajes pro-Ucrania”.
Un procedimiento casi estándar, según Serguiy Pochinok, que escapó con su esposa y sus cuatro hijos de Tokmak, una ciudad del sur de Zaporiyia que cayó en manos de los rusos al comienzo de la invasión. “Se veía a gente en ropa interior en todos los retenes”, recuerda.
Sin embargo, a todos los ucranianos nose los trata igual. Pues ante la ocupación unos resisten y otros colaboran.
En Tokmak, donde había 30.000 habitantes antes de la guerra, “muchas personas colaboran con los rusos”, afirma Olessya Pochinok, que está especialmente enfadada desde que un oficial ucraniano, encargado de enrolar nuevos reclutas, se cambiara de bando en apenas dos días.
“Los criminales trabajan ahora con los rusos”, dice con tristeza. “La ciudad está bajo su protección, ellos reparten la ayuda humanitaria”, cuidándose mucho de dejarla amontonada y de forma desorganizada “para que la gente se pelee por la comida”.
Natasha Borch recuerda un tanque ruso apostado en la esquina de su calle. “La gente le llevaba fruta a los soldados”, critica. “Había chicas que se entregaban a ellos”, agrega.
En Energodar, donde se encuentra la central nuclear más grande de Europa, ahora controlada por Moscú, “muchos empresarios colaboran con los rusos para continuar haciendo negocios”, lamentó también Tetiana, una profesora de ucraniano de 44 años que está en Zaporiyia de paso. “Compran productos de Crimea y los revenden a precio de oro”, explica.
Todos los testimonios recabados por la AFP hablan de tiendas y farmacias vacías en los territorios controlados por los rusos, con unos precios prohibitivos para la gente corriente.
El precio del azúcar se ha triplicado, comenta el agricultor Oleksii, por culpa -según él- de la gente que colabora con Moscú, que “buscan sacar tajada” de la situación.
De los 20.000 habitantes de Pologuy, unos 500 cooperan con los nuevos jefes, dice Oleksii. “Tenemos un grupo en la aplicación Viber. A veces hay mensajes con un apellido que dice: ‘Sabemos quién eres. Ten cuidado”, indica.
Pero entonces entra en escena la resistencia, que -según él- ha hecho “desaparecer” a soldados rusos llegados al sur desde el Donbás. “Todos tenemos nuestras propias líneas del frente. La gente hace lo que puede”, añade.