Pérdidas en el motor de la economía, por las excesivas lluvias, superan los US$ 200 millones
Quince años atrás, en el otoño de 2001, un agro mucho más concentrado en la pecuaria enfrentaba una emergencia sanitaria con la llegada de la fiebre aftosa. Fue una crisis de demanda. Lo que siguió para Uruguay fue muy duro.
Ahora, un agro mucho más diversificado enfrenta una emergencia que golpea en todos los frentes y que tiene una magnitud comparable a aquella en el impacto monetario que puede tener.
Esta crisis por exceso de lluvias por su enorme dimensión golpea a todos los sectores –tal vez excepto la forestación–. Un golpe en el momento cíclico de baja de las materias primas y que encuentra al país con un déficit fiscal importante. Todo el agro sufre daños graves. Y eso lo sentirá el país entero.
Además de ser catastrófica por su magnitud, la gigantesca tormenta fue particularmente inoportuna para la agricultura. Llegó en el momento exacto de empezar a cosechar los cultivos de verano. Soja, arroz, maíz y sorgo están en las chacras pudriéndose o germinando. O tal vez resistiendo todavía a la espera de que la cosechadora llegue.
Las pérdidas mayores en lo monetario serán en soja. Aunque todavía no se puede hacer una evaluación de cuánto se haya perdido, el cultivo era estimado en el entorno de 2,8 millones de toneladas. Difícilmente pase los 2,4 millones, lo que significaría de por sí una pérdida de US$ 130 millones. Apenas una referencia, porque las pérdidas pueden ser mucho mayores.
Si la cosecha finalmente quedase en dos millones de toneladas, las pérdidas directas por dejar de cosechar serían US$ 260 millones. Habrá chacras que quedarán sin cosecharse por completo, en especial en el este. Y otras con una cosecha que apenas cubrirá los costos de larecolección, pero no los insumos ni la renta.
Y a eso debe agregarse un mayor costo por secado de los granos, espera de barcos, pérdidas de granos en la cosecha, por daños de suelos a los que se entrará a cosechar en pleno barro, sin contar los destrozos en la caminería y el mayor costo de fletes, porque el día que pueda cosecharse todos querrán asegurarse un camión.
En soja la lluvia llegó cuando la cosecha estaba apenas empezando. Menos de 5% pudo cosecharse antes del diluvio. En arroz el avance había sido algo mayor, pero aproximadamente 60% del área está por cosecharse. Allí también ocurrirán pérdidas importantes. Así como hay casi US$ 1.000 millones de soja en juego, hay US$ 240 millones de arroz en juego, que es el valor de lo que está en las 100 mil hectáreas que todavía no han sido trilladas.
En ambos casos, pueden haber pérdidas totales en chacras donde las plantas se vuelquen, sean atacadas por hongos o se desgranen. Si se pierde 25% del arroz entre cantidad y calidad se estarán agregando unos US$ 60 millones de pérdida directa en arroz. Pero todo es por ahora más que tentativo, las pérdidas pueden ser mayores dependiendo de las lluvias por venir y de las crecientes que amenazan cada vez más al arroz en el norte y el este. O menores si el sol saliera rápidamente.
La crecida del Cebollatí es histórica y supera la de 1959, lo que va a generar inundaciones en decenas y decenas de miles de hectáreas. Recién se va a poder evaluar cuando el agua baje. Hay gran probabilidad de que el arroz “se planche”, que se vuelque. Y en arroz no hay seguro por rendimiento o por inundación, solo por granizo o viento. En soja hay seguros por rendimiento.
En maíz y sorgo las pérdidas son mucho más difíciles de estimar porque parte del grano se destina a la alimentación animal dentro del mismo predio. En este caso buena parte de los déficits que se generarán van a la cuenta de la lechería que ya está en rojo.
Menos alimentación para el invierno que es cuando estos cultivos se utilizan y antes que eso la lechería ya sufre las pérdidas directas que causa el exceso de lluvias. El barro dificulta todas las tareas, hay vacas que ni siquiera pueden ser ordeñadas, lo que genera problemas de mastitis. Y aunque sean pérdidas difíciles de evaluar llegan a un sector que ya no las puede soportar porque viene en déficit. Bajará la remisión lechera y subirán los costos.
Por la magnitud de las lluvias las complicaciones llegan a los vacunos de carne. Por mortandad de animales, por complicaciones de manejo, por problemas de alimentación, habrá una pérdida importante de kilos en los animales y una mortandad acrecentada especialmente en zonas inundadas.
A los ganaderos la situación los complica además porque llega en el peor momento comercial de la ganadería de los últimos tiempos. El precio de exportación y el del ganado tuvieron un muy fuerte ajuste, de modo que para quien compró un ternero o una vaca a un precio más alto para ser engordado la cuenta que ya no cerraba, ahora se vuelve más negativa. La postergación de la oferta por las dificultades para cargar no ha llevado a un repunte de los precios.
Los ovinos sufren mucho más que los vacunos los excesos de agua, para lo que no están adaptados. No hay cifras todavía, pero el stock que ya era mínimo puede volver a bajar.
Para el sector agropecuario la factura directa de las inundaciones va a superar seguramente los US$ 200 millones. A los problemas de este abril de diluvio se agregan los que venían de antes. En lácteos, Venezuela pagó solo una parte, tarde y generando mil dudas para ventas futuras. En la carne vacuna surgieron problemas en el mercado de EEUU, al aparecer residuos del garrapaticida Etión, y desde entonces precios y márgenes para el negocio se han ido. Pero sobre todo se agregan los que vendrán en los próximos meses.
El dinero que falta en el bolsillo del productor en estos días, faltará a los proveedores de insumos y servicios en el futuro, y en los comercios y mecánicos del interior. Todo eso no será nada comparado con las pérdidas de vidas humanas. Pero será un lastre adicional que deberá cargar la economía uruguaya por lo que resta de este año y buena parte del año próximo.
Tras las inundaciones llegarán los problemas de iliquidez. El dinero que se debía cobrar y no estará. Los ganaderos y tamberos deberán sembrar pasturas en estos días para empezar a recomponer la oferta forrajera. Los agricultores deberán sembrar sus cultivos de invierno porque de los problemas de producción solo se sale con producción. Pero nadie contará con los fondos genuinos con los que esperaba contar para seguir trabajando. Y será difícil convencer a los bancos privados para que presten dinero a un sector con tantos problemas como pasivos. Sin crédito, la salida será más lenta y difícil.
La población sentirá las pérdidas del agro en los productos de la granja, siempre lluvias de esta magnitud generan una escasez de oferta que se traduce a mayores precios. Hay cultivos hortícolas bajo agua, invernáculos rotos. Un panorama muy grave.
Como en la crisis de la ganadería de 2001, los problemas del agro pueden generar una recesión, porque el crecimiento proyectado ya era muy débil y el impacto de los problemas productivos se irán sintiendo en forma de dominó, del agro a la industria y desde allí a los servicios, el comercio y una gama de actividades incluido el comercio en el interior.
Es posible que algo de crecimiento se mantenga de todos modos de la mano de la generación de energía hidroeléctrica. Bajará la recaudación del gobierno por impuestos, subirá el déficit y posiblemente la inflación cobre impulso con frutas y verduras en disparada. Y el dólar puede afirmarse ante una oferta de la exportación disminuida. La sociedad volverá a percibir que cuando le va mal al agro, la mala noticia es para todos.
El drama de 2001 era que no se podía exportar el producto principal en un momento de precios de materias primas muy bajo. En un agro que venía arrastrando problemas de endeudamiento por décadas. El endeudamiento bancario del agro es ahora menor. Pero los compromisos entre privados que no podrán cumplirse son muy importantes. El relativamente bajo endeudamiento, la persistencia de demanda por los productos uruguayos, permiten esperar que la capacidad de resistencia del sector es mayor que antes. Pero va a precisar tiempo y dinero para reacomodarse.
Razones para la esperanza
Aún con todo el dramatismo de la situación, desde los mercados hay señales de estabilidad. El destino de Uruguay como país agroexportador no va a cambiar por una inundación por grande que sea. Y las necesidades de alimentación de una población en permanente crecimiento seguirán intactas.
Las exportaciones a EEUU parecen consolidar una recuperación tras el episodio sanitario que complicó las ventas. El precio de los lácteos en el remate de Fonterra subió por segunda vez consecutiva y Venezuela pagó US$ 30 millones de lo que adeuda por lácteos.
El precio de la soja se disparó a los mayores niveles en casi un año, en parte por pérdidas en esta parte del mundo. Y porque el petróleo aún sin acuerdo entre exportadores se mantuvo encima de los US$ 40. La cría vacuna mantiene una estabilidad gracias a la exportación en pie que debe continuar desde Turquía, Egipto y otros países.
El precio de las materias primas parece querer afirmar un nivel piso. Con clima normal y un tipo de cambio flexible, el agro recompondrá su funcionamiento a mediano plazo. En 2001 no se podía vender lo producido, ahora todo lo que se produce se coloca.
Los problemas son de oferta, la demanda por alimentos uruguayos sigue. Alcanzado un precio estable, si se acentúa una baja de costos, ya sea de tierra o energía e insumos, el agro uruguayo se pone de pie rápidamente.