El personaje de Hannibal Lecter, de la película “El Silencio de los Inocentes”, existe en la vida real. Se llama Robert Maudsley, un inglés que cometió atroces crímenes.
Todo aquel que vio “El silencio de los inocentes” y recuerda al personaje principal, Hannibal Lecter, puede empezar a temblar.
Es que ese personaje existe en la vida real. Se llama Robert Maudsley y en él se inspiraron para crear ese asesino despiadado en la pantalla grande.
Pero ahora respire tranquilo. Maudsley lleva 40 años encerrado en una jaula de cristal subterránea bajo la prisión de Wakefield, en Inglaterra. Nunca será liberado.
Es tanta su peligrosidad que las autoridades inglesas crearon una celda especial para él: una jaula de cristal, similar a la de Hannibal Lecter en la película. Tiene apenas 5,5 metros de largo y 4,5 medio de ancho. Con enormes ventanas a pruebas de balas donde es vigilado 23 horas al día por guardias armados.
La hora restante sale a un patio para hacer ejercicio, acompañado por 6 guardias armados y sin otro preso en el lugar.
¿Cómo es esta prisión acorazada? Solo hay una mesa y una silla fabricadas de cartón comprimido y el inodoro y un lavabo fijados herméticamente al suelo.
La cama de Maudsley es de hormigón y la puerta está hecha de acero sólido. La jaula está rodeada de gruesos paneles acrílicos transparentes y solo tiene una pequeña abertura por donde los guardias le pasan la comida.
Infancia trágica, drogas y prostitución
¿Qué hizo este feroz criminal para ser el asesino más custodiado del planeta?
Maudsley nació en Toxteth, un pueblo cercano a Liverpool en junio de 1953. Sus padres lo abandonaron al nacer y terminó en un orfanato católico de Merseyside junto a tres de sus 11 hermanos. Pero a los 8 años sus padres, para cobrar los seguros de mantenimiento de sus hijos, los llevaron a su casa. Un infierno.
Madre adicta a la cocaína y padre alcohólico. Que fue su mayor tormento. El hombre abusaba del niño y lo sometía a brutales palizas. Al punto de terminar encerrándolo en una habitación.
Ya grande declararía: “lo que más recuerdo de esos momentos eran las palizas. Una vez estuve encerrado en mi habitación por seis meses. Mi padre sólo abría la puerta para golpearme y violarme. Creo que lo hacía entre cuatro y seis veces por día. Una vez rompió un rifle de aire comprimido en mi espalda”.
A los 16 años fue llevado a un centro de menores. Había crecido y su padre temía que lo matara después de tantas torturas que le había infligido. Allí, el futuro criminal se hizo adicto la cocaína y la marihuana. Y para poder lograr la droga se dedicó a la prostitución.
Tres veces intentó suicidarse y les decía a los psicólogos que lo atendieron que oía voces con un único mensaje: “tenés que matar a tus padres”. Sus padres se salvaron. Otros no.
Sus crímenes
A los 21 años arregló con un pedófilo, John Farrel, para tener relaciones sexuales. Cuando este le mostró fotos de niños a los que había abusado, Maudsley se transformó. Se cansó de golpearlo y terminó estrangulándolo. Lo atraparon.
Fue condenado a cadena perpetua por el asesinato y las pericias psicológicas fueron unánimes: “nunca debe ser liberado. Si lo hacen matará una y otra vez”.
Maudsley fue declarado no apto para ser juzgado debido a una presunta psicosis en el momento del asesinato y terminó en el hospital psiquiátrico de alta seguridad de Broadmoor.
Un par de años en ese lugar hizo que sus problemas psíquicos se acentuaran. En 1977, acompañado de otro recluso, encerraron en su celda a David Cheeseman, que estaba condenado por pedofilia.
Durante nueve horas lo torturaron con los métodos más atroces. Era su segundo asesinato y ya no podían tenerlo allí. Debía ser trasladado a un lugar más seguro.
Ese lugar era Wakefield, llamado la “mansión monstruosa” porque todos sus detenidos eran los asesinos más peligrosos de Inglaterra.
Pero ya nadie podía con Wakefield. Era 1978 y su primera víctima en el lugar fue Salney Darwood, que estaba allí condenado por torturar a su mujer.
Wakefield lo llevó a su celda, le destrozó la cara a golpes y luego lo acuchilló unas 90 veces. Fue a buscar a otros presos para invitarlos a su celda y todos se negaban, hasta que encontró a Bill Roberts, encarcelado por violar a una niña de 7 años.
Maudsley lo asesinó clavándole una cuchara en la oreja. Le abrió la tapa craneal y se comió parte del cerebro. Desde ese momento pasó a ser “Hannibal, el caníbal”. Con pasmosa tranquilidad se acercó a un guardia y le dijo: “esta noche habrá dos menos en la cena”.
Con cuatro asesinatos a cuestas y sed de más sangre, las autoridades empezaron a construir la jaula donde lo encerrarían. Y allí entró en 1983.
Es el británico que más tiempo ha estado en aislamiento en la historia del Reino Unido y en ese tiempo mostró sus pasiones: la música clásica, la lectura, el arte y la poesía. Todo copiado para el Hannibal Lecter de la película. Y copiaron algo más: tiene un coeficiente intelectual muy superior a la media.
Durante estos 40 años pidió varios permisos.
En el 2000 solicitó una rebaja del plazo que debía estar en aislamiento. Fue rechazado. En 2010 pidió juegos de mesa para practicarlos con los guardias. Fue rechazado. Luego pidió un loro con el cual poder hablar. Fue rechazado. Y así infinidad de veces. Todos los pedidos terminaron en el cesto para la basura.
Pero algo obtuvo: una PlayStation 2 y en 2017, para su cumpleaños 64, le entregaron “Call of Duty”, un juego de guerra.
Es tanto el horror que provoca, que durante los primeros 12 años en su jaula ningún peluquero del Reino Unido quiso ir a cortarle el cabello por terror a que algo les pasara.
En 2003 se conocieron sus primeras declaraciones que llegaron al público: “Las autoridades de la prisión me ven como un problema, y su solución ha sido ponerme en confinamiento solitario y tirar la llave, enterrarme vivo en un ataúd de concreto. No les importa si estoy enojado o mal. No saben la respuesta y no les importa siempre y cuando me mantengan fuera de la vista y de la mente. Me dejan estancar, vegetar y retroceder; afrontar mi solitario enfrentamiento con personas que tienen ojos pero no ven y que tienen oídos pero no oyen, tienen bocas pero no hablan. Mi vida en solitario es un largo período de depresión ininterrumpida”.
Y en la única y breve entrevista con el exterior expresó: “Si hubiera matado a mis padres en 1970 no habría muerto ninguna persona más. Ya no tengo esperanza por nada, no tengo nada que esperar. Ningún oficial se interesa por mí y sólo les preocupa que cuando abren la puerta regrese a mi celda cuanto antes. Creo que un oficial podría detenerse y hablar un poco, pero nunca lo hacen y es en estos pensamientos en los que paso la mayor parte del tiempo. Esto es como volver a mi infancia, a la habitación en la que estuve encerrado durante meses y eso me atormenta”.
Nunca volverá a respirar el aire en libertad. Desde hace 40 años está muerto en vida. Y pasará a la historia como el preso que vivió encerrado bajo tierra. Una pena de muerte eterna…