Un análisis del miedo en torno al coronavirus y por qué es diferente a otros virus existentes. Por Bernardo Borkenztain.

No cabe duda de que estamos atravesando una crisis, y que, como buena crisis, nadie, salvo un novelista, una vedette y un tarotista la vio venir.

El tema es que está acá, y por las razones que veremos, se cocinó la tormenta perfecta para convertir una catástrofe en tres.

Además de la primera y evidente que es el propio virus, la segunda es el miedo; un par de cientos de miles de personas se han enfermado de coronavirus, algunas decenas de miles han muerto, pero los que agonizan viviendo una muerte diaria minuto a minuto por el miedo constante son – somos – literalmente, billones.

La última es obvia: la distorsión económica que se viene no se ha podido calibrar aún por sus efectos posibles y además tenemos las teorías conspiranoicas, pero lo cierto es que el sistema capitalista está utilizando el escenario para ajustar variables molestas y salir fortalecido con sueldos más bajos y otros gastos innecesarios corregidos, pero los que dependemos de la venta de “commodities” la vamos a pagar más antes que después sin dudarlo.

No tenemos la más remota idea de cómo va a evolucionar la tercera, y la primera es seguro que va a pasar, porque ya empezó a estabilizarse en el foco primario, y porque las epidemias siempre lo hacen y esta, siendo de última poco letal, no va a diezmar el planeta (1).

Lo más probable es que esta cepa llegó para quedarse, pero, eventualmente la población desarrollará defensas naturales y además se desarrollarán vacunas y / o medicamentos efectivos, pero eso es para un futuro medianamente largo, no para hoy ni mañana.

La segunda, sin embargo, tiene ribetes que podemos analizar. ¿Por qué tanto miedo cuando – por ejemplo – el dengue que es mucho peor no nos hace ni mandar un mensaje por WhatsApp (máximo grado de compromiso social del burgués promedio)?

Lo primero es que, al ser un tema de alto carisma, por la forma lamarckiana (que implica que no solamente se favorecen los más aptos para sobrevivir, por lo que la verdad deja de ser un tema esencial en la propagación de una idea) de difusión de los temas meméticos (2), la que implica que su diseminación depende de la manera en que se adaptan a las circunstancias, todos los mensajes de redes sociales se – irónicamente – viralizan por un efecto análogo al contagio.

Así como los sistemas inmunodeprimidos no tienen defensas, las mentes asustadas no tienen criterio racional para filtrar las estupideces que circulan y el impulso de apretar un botón y reproducir un mensaje del Doctor Fulanez de la Universidad de Chottakua en no se sabe dónde y, como generalmente esas mentes asustadas suelen pertenecer a un burgués que venera la seguridad y el confort por encima de cualquier otra cosa, al “clickear” y compartir se siente un activista social de la talla de un Mahatma Gandhi o Malcolm X.

Los problemas son dos, como vemos en el párrafo anterior: la naturaleza viral del miedo y la apetencia de seguridad y confort del burgués promedio que se lleva muy mal con el miedo. Veamos.

Cuando el adivino Calcante predijo que a Aquiles se le daría a elegir entre una vida corta y gloriosa y una larga y anodina, éste eligió la primera y como consecuencia en este siglo lo seguimos estudiando y recibió nada menos que la cara de Brad Pitt. Sin embargo, del que fabricaba las túnicas de Aquiles o del que le cortaba el pelo no sabemos nada. Lo mismo podemos decir de Ragnar Lothbrock, Napoleón Bonaparte o Winston Churchill; ninguno de ellos vivió una vida en la que el objetivo fuera la búsqueda de la comodidad y la seguridad burguesa.

Antes bien, los animaba una moral heroica, la misma que llevó a Alejandro Magno a conquistar desde Europa hasta las puertas de la India antes de los 30 años, y no la que anima a Eusebio Pérez, auxiliar de tercera en alguna dependencia pública o privada, que dedica el fruto de su trabajo a comprar rejas, alarmas, seguros y Netflix que le permitan vivir fuera de la angustia existencial del que enfrenta la última verdad: nos vamos a morir, y ni siquiera podemos elegir cómo ni cuándo, pero podemos olvidarlo por un rato. Y para eso tenemos drogas, psicofármacos, alcohol y, muy especialmente las redes sociales y su efecto burbuja de cristal, que nos protege de los seres más infames del mundo: los que no piensan como yo, y que, bajo la lógica binaria del mundo en el siglo XXI son, por definición, malos, feos y bobos.

En el año 524, Boecio, un noble de origen romano, fue preso por una sospecha de traición al emperador ostrogodo Teodorico el Grande. Ahora, en las cárceles de la época seguramente no se la pasaba muy bien, pero como era un hombre de excelencia y no lo que Ortega y Gasset llamaba “hombre masa” (3)  en esa época compuso una obra enorme llamada “Consolación por la filosofía”, en la que recibe la visita de la filosofía encarnada en una mujer de ojos llameantes y discute con ella la volubilidad de la suerte, la naturaleza de la divinidad y otros temas importantes al espíritu y que no parecerían ser un problema acuciante para un preso, pero hoy, 1600 años después mas o menos, seguimos leyéndolo y maravillándonos de su obra, pero nadie sabe quien fue el emperador que lo puso en prisión. Su catarsis lo hizo inmortal.

El tema es que los habitantes del siglo XXI somos burgueses, no tenemos ni pizca de la arethé, la virtud heroica, y vivimos con los dos objetivos que ya mencionamos: la seguridad y el confort.

Y acá es donde se da el problema, la epidemia golpea nuestro apetito por la sensación (ilusoria porque nos vamos a morir) de seguridad y nos genera una sensación refleja opuesta: la inseguridad. Y no la soportamos, nos angustia. Y la angustia nos aniquila el confort, y con él se va toda la ilusión que la vida tiene para un burgués (4).

Todavía queda un problema, capaz que peor que los anteriores y es que, en el fondo de su alma, el burgués es un niño, y como tal, desea que papá Estado le resuelva todas las inseguridades de la vida y le provea el confort. No es que esté mal aspirar a eso, pero acá es donde uno reza para que los gobernantes estén a la altura (5).

La gran maldad del COVID-19 es que no le permite al burgués abrazarse de las rodillas de papá gobierno para consolarse (ya que la filosofía o la gloria no son particularmente apetecibles, o no más que el confort y la seguridad, obvio) sino que le transfiere activamente la responsabilidad. De esta salimos si todos trabajamos juntos; los llaneros solitarios que confundan responsabilidad civil con opresión y recorte de la libertad individual son un peligro, aparte de verdaderos idiotas (6). Cada uno tiene algo que hacer para evitar la propagación de dos de las tres plagas (a Uruguay la económica siempre la va a arrastrar como un tsunami, somos apenas 3 millones y pico). Podemos no reproducir digitalmente el miedo y ahogarlo, y podemos evitar el contagio del pánico.

Es más, podemos ayudar a los menos afortunados, ancianos, pobres, gente que en situaciones de emergencia tengan problemas para conseguir comida, medicinas o consuelo. Eso está al alcance de todo, y la consolación se construye bidireccionalmente: para el que la ejerce, le vuelve. Es un hecho.

No podremos recibir un anillo centelleante porque el miedo nos puede, y no nacimos en un planeta con sol rojo, ni, mucho menos somos hijos de Zeus, pero hay cosas que podemos hacer, y en esta, no nos podemos escapar. Todos podemos ser la diferencia entre el que ayuda al que lo precisa – en pequeñas y accesibles cosas – o la tarada irresponsable que fue al casamiento y arruinó la paz de Shambala.

Por Bernardo Borkenztain
@BerBork

(1) – Una de mis teorías conspiranoicas favorita es que el COVID-19 es una de las maneras de los verdaderos dueños del mundo para resolver el dilema malthusiano de la superpoblación, en especial “afeitando” la pirámide demográfica para reducir el número de beneficiarios de los sistemas jubilatorios.

(2) – Se llaman memes a las unidades de intercambio de información, término inventado por Richard Dawkins, un científico genial odiado por los guerrilleros sociales por atreverse a cuestionarlos…

(3) – Que me disculpen los guerrilleros sociales, pero escribir para evitar ofenderlos por usar el genérico masculino me aburre y, sinceramente, me importa poco.

(4) – Cada uno en su escalón de la pirámide de Maslow, los ricos no pueden viajar ni acceder a cantidades adecuadas de whisky single malt, y la clase media se quedará sin fútbol o cine, mientras que todos se horrorizan porque cierran las escuelas y los hijos se quedan en casa…

(5) – Dejémonos de politiquería por cinco minutos y veamos que el gobierno sí está actuando y tomando medidas, el tiempo dirá cuán eficientes, pero nadie que sea honesto podrá decir que fue ajeno al problema. Y, que conste, yo no los voté. Pero tienen la vida de la población en sus manos, y están haciendo lo que se les mandató: están gobernando.

(6) – De hecho, el recorte de las libertades individuales en tiempos de crisis es inevitable, pero se hace en aras de un bien mayor, que es la conservación de la vida, pero es una de las maneras de diferenciar a un liberal de un libertario, que es un fanático tan peligroso y necio como los guerrilleros sociales, pero sin el altruismo.

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