La desaparición misteriosa de ranas y sapos encontró un gran sospechoso en el mundo, pero en Uruguay su participación aún no está clara, aseguran los investigadores Gabriel Laufer y Claudio Borteiro.
Si esto fuera una novela policial, la resolución estaría bastante clara. Hay una serie de desapariciones enigmáticas, varios cadáveres -muchísimos, de hecho- y un sospechoso que dejó huellas en un montón de cuerpos. Pero el mundo de la ciencia, a veces, no ofrece las explicaciones cerradas y reconfortantes que abundan en las obras detectivescas.
Las víctimas, en este caso, son los anfibios, que están desapareciendo en el mundo a un ritmo mucho mayor que otros animales (ya de por sí castigados por la pérdida de hábitat y la contaminación). ¿Cuándo comienza esta película de terror para los amantes de las ranas y sapos? En los 80, cuando los estudiosos comenzaron a rascarse la cabeza ante las “declinaciones enigmáticas” de anfibios, en especial en lugares como Centroamérica y Australia.
Las sospechas de los científicos se confirmaron en el Congreso Mundial de Herpetología realizado en 1989, al sumarse muchos reportes independientes similares. Un caso emblemático fue el del sapo dorado (Incilius periglenesen) de Costa Rica, que en solo dos años desapareció de una zona protegida, sin cambios aparentes en su hábitat. Allí, la especie parecía haberse esfumado, sin dejar ni siquiera los cuerpos como rastro.
A finales de los 90, sin embargo, entró en escena un sospechoso que había dejado sus huellas y al que, como sucede tantas veces con los sospechosos, se lo ligó a desapariciones ocurridas un tiempo antes.
El supuesto asesino serial es el quitridio, un hongo patógeno cuyo nombre científico es Batrachochytrium dendrobatidis, descrito para la ciencia en 1999, y al que se le atribuye la desaparición súbita de grandes poblaciones de anfibios. No es el único culpable de la situación muy complicada de estos vertebrados, pero es la cabeza de turco más frecuente ante una interrogante sin respuestas sencillas. Y, como dicen James Collins y Martha Crump en el libro Extinction in our times, “cuando una especie desaparece por motivos desconocidos el mundo parece y se siente como un lugar menos seguro”.
Este hongo se alimenta de la queratina de la piel de los anfibios, engrosando su piel e impidiéndoles absorber sales como el sodio y el potasio, provocándoles un equivalente a un ataque cardíaco . A la suma de esos efectos se les llama quitridiosis, “la peor enfermedad infecciosa jamás registrada en los vertebrados”, por seguir citando a Collins y Crump. Afecta a unas 700 especies a nivel mundial. Seguramente otras epidemias graves han afectado a los vertebrados en la historia del planeta, pero lo interesante es que ahora somos testigos de ella; la estamos observando y lo podemos estudiar con métodos modernos.
Con nombre y apellido
¿Es el quitridio la explicación definitiva de la desaparición masiva de anfibios en el mundo? ¿Está actuando del mismo modo en Uruguay? Siguiendo la (pobre) analogía del redactor, entran en escena dos detectives locales: el herpetólogo Gabriel Laufer y el doctor en veterinaria Claudio Borteiro, que han estudiado la presencia de este hongo en Uruguay en el marco de su trabajo de investigación sobre anfibios.
Si este hongo fuera el gran y principal responsable de estar provocando extinciones masivas, hay malas noticias para Uruguay, según la información de Laufer y Borteiro: tenemos un clima que favorece especialmente la presencia del quitridio y, de hecho, los estudios realizados en nuestro país demuestran una prevalencia de este hongo muy alta, cercana al 40 % (superior en invierno). Pero los dos investigadores tienen algunas dudas razonables sobre la incidencia de este patógeno villano, aunque estén tan preocupados por lo que sucede como cualquier otro amante de los anfibios en el mundo.
Se estima que poco más de un 40 % de los anfibios del mundo están bajo algún grado de amenaza en el planeta, lo que los hace el grupo de animales vertebrados con más problemas actualmente. En Uruguay también están sufriendo, pero la incidencia del quitridio “es un signo de interrogación”, explica Laufer. “Hay especies en peligro y aún no podemos saber si eso tuvo o no que ver con el quitridio”, señala.
Que lo hay, lo hay
El hongo vive en la piel del anfibio y está asociado a la humedad y temperaturas bajas, características que puede encontrar en Uruguay. En los estudios que hicieron Laufer y Borteiro, el quitridio aparece con más frecuencia en el invierno. Descubrieron además otro dato interesante: las especies uruguayas de anfibios más amenazadas son invernales, por lo que podría haber allí un correlato entre el quitridio y las desapariciones. ¿Simplemente casualidad? Se necesita más información y estudios más profundos (que son complejos y costosos) para demostrarlo.
Esto sucede por ejemplo con la ranita de bibroni (Pleurodema bibroni), que tenía una amplia distribución en Uruguay y sin embargo ha desaparecido prácticamente de todos los sitios, algo que según los investigadores llama la atención.
Cuando ambos comenzaron su trabajo, años atrás, esperaban que esta relación fuera más clara y que el quitridio prevaleciera en las especies en declinación. “La realidad resultó ser más compleja y vimos que las posibles respuestas no eran tan simples”, cuenta Borteiro.
“A partir de que se describe esta enfermedad, se ve que el hongo aparece también en individuos sanos. Encontrar el hongo al principio era sinónimo de enfermedad, pero de ahí a demostrarlo fue un problema para los biólogos”, dice el especialista. El hongo no es un asesino para todos los anfibios. Puede ser un habitante normal de la piel de algunos, sin hacerles nada. “Poco a poco se vio que la demonización era un poco exagerada”, dice Borteiro, aunque -como apunta Gabriel Laufer- no quiere decir por ello que no tenga un rol en el declive de los anfibios. En algunas zonas, de hecho, ha quedado debidamente demostrado, como en las “barridas” que mencionamos en Australia y zonas montañosas de Centroamérica.
Para complicar aún más las cosas, este hongo que parecía tan nuevo no lo era tanto. A través del análisis molecular en ejemplares de museos de Brasil se comprobó que había animales infectados desde fines del siglo XIX. ¿Habían ocurrido ya episodios de declinación que no quedaron registrado? ¿O no afectaban por entonces igual que ahora? Aunque abundan los trabajos sobre el quitridio en el mundo, las preguntas se siguen sumando. El tiempo para hacer algo por los anfibios, sin embargo, no sobra.
Todos para uno
Si la culpa principal no es del quitridio, ¿por qué los anfibios desparecen a mayor ritmo que los demás vertebrados? “Capaz que al hongo no le cabe una demonización extrema, pero si le sacás el hábitat a una especie, fragmentás las poblaciones, aumentas la contaminación, la sometés a factores de presión, el hecho de tener un patógeno nuevo puede ser peligroso, o por ahí es un factor que está dormido y puede aparecer nuevamente”, dice Borteiro. “Quizá entonces pasa a jugar un rol más importante”, coincide Laufer. Para peor, el propio ser humano, que podría parecer inocente en la aparición de un hongo, no lo es tanto. Las cepas de quitridio se mueven por el mundo con las mascotas o las especies exóticas que traslada el hombre, que ha provocado que patógenos nativos de Brasil terminen en Asia, por ejemplo.
Los anfibios enfrentan un cóctel complicado, y el quitridio podría ser la gota que derrama el vaso. Según explica Laufer, tienen una piel mucho más permeable que un reptil o un mamífero, con un intercambio muy fuerte con el medio, por lo que los contaminantes los afectan antes que a otros animales. Lo mismo sucede con sus huevos, ya que son muy permeables y se hidratan con el agua. Son más susceptibles a la radiación solar y dependen del sistema acuático, generalmente el más complicado (por ejemplo por la presencia de agrotóxicos). A eso se suma lo vulnerables que son a las especies invasoras (que a veces también son anfibios, como la rana toro). Gracias a su rol intermedio en las redes tróficas, muchas veces funcionan como “alerta”, al verse afectados por estos factores antes que otros animales.
En Uruguay, según la Lista Roja de Anfibios y Reptiles, tenemos 49 especies de anfibios, de las que 12 se encuentran en alguna categoría de amenaza. Tres de ellas están en “peligro crítico”, ocho “en peligro” y una es “vulnerable”. Varias de ellas están afectadas por el quitridio, pero no significa que sea eso lo que los está acorralando. “Cada vez es más difícil de responder esa pregunta”, explica Borteiro. Como vimos, varias especies están en retroceso en Uruguay, tanto geográficamente como en número (tres de actividad invernal). “Si mapeás las localidades donde existían y comparás con las localidades con poblaciones conocidas actualmente ves que algo pasó. ¿Es el quitridio o son otras causas?”, se pregunta el especialista. Nada se puede afirmar hasta hacer estudios retrospectivos, comprobar la prevalencia en las especies y comparar con lo que ha pasado en otros lados, entre otros enfoques.
Más contagioso que un hongo
En Uruguay lo que urge no es detener el quitridio para salvar a los anfibios, aunque pueda jugar su parte. “Si bajamos las presiones que sufren los anfibios logramos recuperar mucho más que atacar específicamente el quitiridio, aunque hay que seguir con un monitoreo de la enfermedad”, dice Laufer. Por ejemplo, la costa de Rocha es un lugar donde aún persisten varias especies de anfibios amenazadas. No es tanto el quitridio lo que podría acabar con ellas sino el desarrollo inmobiliario desmedido, que fragmenta las poblaciones.
Luchar contra el quitridio está muy bien, siempre y cuando eso “no sea una excusa para creer que con eso se puede salvar a los anfibios, cuando en realidad eliminamos su hábitat y lo contaminamos”. Como dice Borteiro, el hecho de que los anfibios estén más de moda últimamente, gracias a algunas especies carismáticas, podría servir para que se preste atención a un grupo de vertebrados que históricamente ha recibido poca prensa.
¿Por qué deberíamos preocuparnos si los anfibios desaparecen? Bueno, si la responsabilidad ética ante la pérdida del trabajo de millones de años de evolución no fuera suficiente, hay motivos más egoístas. Los usamos para nuestro beneficio (para investigaciones con fines médicos), cumplen un rol decisivo en los ciclos de nutrientes en el ambiente acuático y terrestre, y son esenciales para mantener la cadena alimenticia. Además, nuestra cultura no sería la misma sin su presencia y no lo será en el futuro si desaparecen. Si esto sucede, el quitridio no será el único ni el principal responsable del crimen.