Hablar por teléfono no siempre fue tan sencillo. ¿Te imaginás cómo era?
La oficina central del teléfono
La oficina de comunicaciones es una sala, algo estrecha, donde hay instaladas doce mesas, cada una de las cuales corresponde a cincuenta suscritores. Cada mesa se compone de dos planos: uno horizontal y otro perpendicular, ambos acribillados de agujeros, en los que se insertan las clavijas correspondientes a los interesados que piden comunicación.
Yo me había imaginado que aquello debía ser un repiqueteo horrible de campanillas. […] Profundo error. En la Oficina Central no suena ningún timbre. La corriente eléctrica que se establece al hacer girar el manubrio del aparato, solo hace caer una chapa en la que está grabado el número correspondiente al interesado. […]
Hay que ver aquello para comprender cuán justificadas son las demoras. Como decía, doce mesas hay en la oficina Central que corresponden a seiscientos suscritores, y se están colocando seis más para atender a los nuevos abonados. Delante de cada mesa, hay una señorita que tiene al alcance de la mano un receptor Siemens, y frente a ella, un trasmisor Bell.
Llama un suscritor; cae la chapa correspondiente; la empleada hace girar una manivela que tiene a la derecha y que, a su vez, hace sonar el timbre del que llamó.
Le pregunta qué quiere, pide el otro la comunicación que desea y ella repite en voz alta:
-Doscientos sesenta y nueve por cuatrocientos veinte y cinco.
La encargada de la mesa a que corresponden los números 400 a 450 pone la clavija en el agujero indicado, la otra hace otro tanto en la mesa que comprende desde el 250 hasta el 300, y quedan ya ligados los dos suscritores, hasta que, vuelta a caer la chapa nuevamente, se corta la comunicación. Pero sucede que al mismo tiempo que llama el 269, llaman el 270, el 280, el 290, y caen a la vez ocho o diez chapas, y como no es posible atender a todos conjuntamente, resulta una demora forzosa de la que solo es culpable la casualidad que hace que en un mismo minuto pidan comunicación varios números correspondientes a una sola mesa.
Y el movimiento es constante. No pasa un segundo sin que en alguna de las mesas caiga alguna chapa o varias a la vez. Yo no sé cómo aquellas jóvenes se dan tiempo para atender a tanto pedido, ni cómo se entienden en medio de tanta confusión. […] Allí puede apreciarse lo que se utiliza el teléfono.
No hay un minuto de reposo; hablan diez, veinte, cincuenta a la vez; de día y de noche, a toda hora, y las voces pasan rozándose sin oírse las unas a las otras, trenzadas en un cable de cincuenta hilos aislados entre sí por un tejido de seda cubierto de una capa de parafina, y que al salir a la azotea de la oficina se destrenzan para esparramarse en todas direcciones, a la ciudad, al campo, al Cerro […]
El teléfono es ya una necesidad imprescindible en nuestra vida. Está incorporado a las costumbres que se imponen y de las que no se sabe cómo desprenderse. […]
Sansón Carrasco, 1884