Aquel tsunami, hoy olvidado, pudo dejarnos sin nuestro primer intendente, generó enojo con la cobertura de la prensa argentina e inició una eterna novela sobre la llegada de un sismógrafo a Uruguay.
Por Martín Otheguy
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Los que dicen que la desinformación y las fake news son un fenómeno moderno que prospera gracias a las redes sociales, no tienen idea de los líos que generaba a veces el telégrafo.
En enero de 1884, diarios argentinos reportaron la muerte de decenas de personas en la costa montevideana debido a una ola gigante que “sembró el pánico”. Ocurrió en plena temporada turística y con familias argentinas disfrutando en nuestro lado del charco, por lo que los titulares apocalípticos fueron vistos como un intento de perjudicar al turismo uruguayo.
Algo hemos avanzado. 136 años después, Infobae reporta hasta el hurto de una sombrilla en Punta del Este pero al menos no titula: “Cientos de personas murieron en un maremoto mientras se sometían a los carísimos precios de Punta del Este”.
Sin embargo, había algo de verdad en lo que informaban los diarios. Una ola gigante sorprendió a los bañistas montevideanos el 14 de enero y tuvo consecuencias fatales, pero no originó la masacre que se creyó originalmente, quizá gracias a la hora temprana en la que se registró el incidente.
Nada de eso podían imaginarse los veraneantes que aquel lunes madrugaron para disfrutar de las playas de los Pocitos, Ramírez o Capurro, entre otras. El cielo estaba despejado y el viento calmo, con el mar muy sereno y plano. Poco después de las 7 de la mañana, sin embargo, “velóse parte del cielo y en el mar, tranquilo y bajo hasta ese instante, se levantaron casi instantáneamente grandísimas olas -inmensas moles de agua- que internándose en la costa arrebataron muchísimas personas que ya se habían bañado y estaban sobre las piedras”, narró el diario La Helvecia. “El terror que infundió fue inmenso”, agregó el periódico.
El Bien Público, que tituló al fenómeno como “La ola sorda”, explicó que “fue una ola gigante acompañada de otras más pequeñas que se acercó a la costa arrastrando infinidad de peces”.
También menciona que hubo escenas de “espanto y confusión” en Pocitos y Playa Ramírez, pero que no hubo víctimas en esa zona. A la altura del Templo Inglés, sin embargo, se ahogó “la esposa de José Bartolo González, dueño del almacén ubicado en Treinta y Tres y Buenos Aires”, que estaba embarazada.
Las muertes de esta mujer y su hijo son las únicas que se pueden confirmar en este episodio, aunque otros reportes se refieren a más fallecimientos. Por ejemplo, en el año 1884 la revista Nature se hizo eco de este episodio en una nota sobre eventos sísmicos. “Una ola de terremoto, que duró unos 15 minutos e inundó parte de la ciudad, se notó en Montevideo el 14 de enero a las 7:30. El tiempo era bueno; la ola venía de la dirección de la costa patagónica. Varias personas se ahogaron en la costa sur de la ciudad”, indicaba.
Don’t panic
Cerca de la zona en la que se ahogó “la esposa de José Bartolo” la ola llegó con fuerza. El diario El Siglo reporta que la ola “golpeó instantáneamente” las paredes de los edificios de las calles que ahora son Bartolomé Mitre y Camacuá, pese a que momentos antes aquel punto estaba sin agua.
El tinte apocalíptico de lo ocurrido depende de la descripción y de la zona de Montevideo. Para el cronista Ermidio de María, de El Siglo, “el ruido que hizo la gran ola al aproximarse a la costa fue notado a cuatro cuadras de distancia por personas que estaban en el interior de las casas, ignorantes de lo que ocurría”.
En el Cerro hubo dos marineros heridos y se produjeron daños en el muelle. “En la Sociedad Ganadera, las embarcaciones rompieron las amarras”, narró El Bien Público. En Pocitos, los integrantes de una familia (los Lastretto, para más datos) estuvieron a punto de ser “arrebatados por las aguas”, pero fueron salvados por la acción de algunas personas. Hubo bañistas lastimados y en la bahía “se formó un inmenso remolino que hizo oscilar a los más grandes buques”, según el relato del periódico.
En los baños de Daymán, en Carrasco, la ola “envolvió” el bote de un hombre y se lo hizo pedazos, aunque el sujeto logró salvar su vida. El diario El Siglo se encargó de repasar otras tragedias menores, como la del comisario Pedragosa, que se arrojó al agua vestido y “perdió el reloj y la cadena de oro que llevaba”.
Los medios coinciden en señalar que la acción de varias personas evitó que las muertes fueran más. Un ejemplo fue el de los presos que se estaban construyendo la Escuela de Artes y Oficios en la playa Santa Ana, que se arrojaron al agua a rescatar gente y “pescar” las ropas y pertenencias que se llevaba la corriente.
No hagan olas
El diario El Siglo aseguraba que dada la multitud de bañistas sorprendidos, “suponíase que las consecuencias tuvieran la magnitud de una catástrofe”, lo que hizo que el telégrafo transmitiera “lúgubres cálculos” a Buenos Aires, donde se especuló con el destino de muchas familias porteñas que estaban vacacionando en Uruguay (en especial en Los Pocitos y la Playa de Ramírez).
Las suposiciones se convirtieron en noticias poco después. Como resultado de esas comunicaciones algo apresuradas, hubo reportes que hablaban de cientos de víctimas, lo que explica quizá el texto ya citado de la revista Nature. Tan es así que el 16 de enero el diario La Helvecia pidió que algunos corresponsales telegráficos fueran castigados por transmitir información falsa a Argentina. “Han dado un susto mayúsculo a muchas familias que actualmente tienen aquí a amigos y parientes que toman baños”, y dieron “noticias que perjudican al país, a más que por cierto no darán crédito al diario que en Buenos Aires las publicó”.
La doctora en Ciencia Geológicas Leda Sánchez Bettucci, que realizó una investigación histórica de la sismología en Uruguay (además de haber trabajado durante años para que el país tuviera un sismógrafo), dijo a Montevideo Portal que la prensa “llegó a publicar que hubo alrededor de 500 ahogados por este hecho en ambas márgenes”, aunque la información aportada por las comisarías solo comprobó la muerte ya mencionada de la mujer embarazada.
Estas exageraciones contrastan con el bajo perfil que le dio la prensa uruguaya al suceso, una vez pasada la curiosidad. Hoy en día, en el que el ciclo de noticias es capaz de reciclar un suceso de importancia relativa durante una semana entera, un acontecimiento de este tipo daría para ocupar los portales, los diarios y casi toda la programación radial y televisiva durante semanas, con repeticiones ad nauseam de las imágenes captadas por los celulares. En 1884, las preocupaciones pasaron a ser otras muy pronto. Tanto para la prensa como para la gente, que ya de tarde volvió a la playa, sin pánico de ser engullida por una ola gigante.
Tan es así que en la misma edición en la que narraba lo ocurrido, un cronista del diario La Helvecia mostraba su preocupación de que lo ocurrido espantara la presencia femenina, mostrando su alivio al comprobar que no había sido así.
“Muchas personas, entre ellas nosotros, imaginábamos que antes de ayer no concurriría casi gente a la playa, sobre todo señoras y señoritas, a consecuencia del fenómeno submarino. Pero al llegar a los baños experimentamos una desilusión agradable, pues la concurrencia femenina era numerosa y selecta”, escribió el cronista con ánimo de voyeur.
Paren el mundo
Aunque la ecofobia (miedo al fin del planeta) nos resulte una reacción muy moderna, producto del daño medioambiental acelerado en esta etapa avanzada de la industrialización, algunos enfoques apocalípticos de hace casi 140 años no se quedan atrás.
El diario El Ferrocarril citó a un especialista (identificado por el apellido Bossi) que compartía su preocupación con el lector y comentaba las observaciones del “estado actual” de las “fuerzas que rigen el sistema”. “Hemos dicho, y persistimos en ello, de que nuestro planeta está pasando una época difícil. ¿Le será llegado el momento de la descomposición? ¿Tendrá la tierra una época más?”, se preguntaba, con preocupación ecológica clarividente pero un poco apresurada.
A las 4 de la tarde del día anterior al incidente, Bossi había notado una “oscilación” de la tierra. Tuvo dudas, pero al conocer las noticias del día siguiente estaba seguro ya de que ese oleaje era resultado de “una erupción submarina a una distancia de entre 600 y mil millas”, que es la distancia que recorrió la ola entre el movimiento oscilatorio percibido y la costa, apuntó.
El periódico explicaba que la señal que debe servir a todos los bañistas es “la más pequeña retirada de las aguas”, ya que seguro detrás de esa retirada “avanza el monstruo que destruyó a Lisboa, Messina, Callao, y últimamente tantos pueblos del litoral de Chile, Bolivia (todavía no culminaba la Guerra del Pacífico que quitó la costa a Bolivia) y Perú”.
Mientras tanto, otro especialista apellidado Honoré atribuía lo sucedido a un maremoto (“muy conocido en todas las costas volcánicas del Mediterráneo”) y recordaba que el retiro de las aguas fue de unos 50 metros. “Este fenómeno puede repetirse, porque las causas que ocasionan las oscilaciones vuelven a reproducirse con mayor o menor intensidad”, aseguraba.
Para la geóloga Sanchez Bettucci, sin embargo, lo más probable es que el fenómeno haya sido un tsunami de origen tectónico. “Nosotros en nuestras regiones podemos tener dos tipos de tsunamis. Uno es el tectónico, que puede tener dos fuentes: por desbarrancamiento de sedimentos en la plataforma continental, a unos 250 km de la costa, o de la placa tectónica de Scotia, que está al sur, entre el océano Atlántico y el Antártico”, explicó a Montevideo Portal. “Puede haber sido eso pero no hay registro sísmico en la época y no encontramos un evento de algo del estilo en esas fechas, lo que no quiere decir que no lo haya habido”, agregó.
El otro tipo de tsunami que podría darse en Uruguay es el meteorológico, cuando la presión comprime las aguas y se generan marejadas en el continente, lo que no habría ocurrido en este caso.
El intendente que se salvó
Disfrutando de las aguas aquella mañana del 14 de enero de 1884 estaba quien sería luego el primer intendente de Montevideo, Daniel Muñoz (conocido cronista de la época que firmaba con el seudónimo Sansón Carrasco).
Muñoz narró la experiencia que le tocó vivir a través de un artículo en La Razón, diario que él mismo fundó en 1878, titulado “La gran ola en la playa Capurro”, que es donde estaba veraneando Muñoz. Hay que acotar que disfrutar hoy de la playa de Capurro, la más contaminada del Uruguay, es probablemente más peligroso que sufrir un tsunami.
El cronista cuenta que se hundió en el agua y al salir y ponerse de pie, notó extrañado que el mar había bajado mucho. Antes le daba por los hombros y ahora, que emergía, notó que estaba bajo la cintura. Vio que el agua seguía bajando y “se escurría sobre la playa como si de repente hubiesen agujereado el fondo de la bahía”.
Estaba todavía mirando la costa, cuando un “ruido sordo” lo hizo darse vuelta. “Vi algo que no me atreví a esperar. Los buques del puerto habían desaparecido tras una inmensa muralla de agua que se extendía de costa a costa y avanzaba solemne”, escribe.
Corrió a la costa y ganó altura pero ni aún así pudo evitar quedar dentro del agua. “La ola me alcanzó y se explayó en la costa (…) inundando la playa hasta aquietarse”, narra. Al poco rato, la masa de agua se retiró para avanzar luego con menor empuje y así sucesivamente, cada vez con menos fuerza. Luego el mar volvió a quedar como un plato, como haciéndose “la mosca muerta”, dice Muñoz, pese a que un rato antes había zarandeado los buques, destrozando muelles, secuestrando ropas e infundiendo un terrible susto, según narró.
Al quedarse en el agua, el futuro intendente no tuvo mayores problemas y no resultó lesionado, como tantos otros.
Luego, Muñoz parafrasea a Shakespeare para utilizar una metáfora que hoy en día le valdría ser arrojado al tsunami del que había huido con tanta fiereza, aunque se refiriera al amor. La ola fue “pérfida como una mujer”, porque así como estando todo calmo se vio trastornado por la “ola inesperada y terrible”, aquel hombre que vive en tranquilidad y alegría se ve de repente amenazado por la onda que nace de los ojos de la mujer, que “ahoga en él todo pensamiento que no sea el de ella, socavando los cimientos de la felicidad para llenar el hueco con las torturas de la duda”. “Las ondas del mar son pérfidas porque matan. Las mujeres son más pérfidas aún: hacen matar”, escribe.
Pero luego de esta digresión anacrónica, volvamos al relato que nos ocupa. Muñoz cuenta que después de la tercera arremetida el mar quedó quieto, el cielo se despejó y el sol comenzó a brillar, conduciendo más tarde a un crepúsculo rojo. “Cuidado con las ondas… y con las mujeres”, concluye insistente su artículo, que permite inferir que Muñoz había pasado por algún otro sacudón además del marino.
Ojo al piojo
El tsunami de 1884 no es solo una curiosidad ni un hecho irrepetible. Aunque tendemos a pensar que estamos a salvo de la capacidad destructiva de este tipo de fenómenos, tanto el trabajo que hizo Leda Sánchez Bettucci como uno previo realizado por el master en Geofísica Alberto Benavidez demuestran la recurrencia de varios episodios sísmicos en nuestra historia.
El de 1884 ni siquiera fue el peor registrado en Uruguay, aunque muriera gente. Cuatro años más tarde, en 1888, un seiche provocado por un terremoto (el seiche es una onda estacionaria que afecta a un cuerpo de agua contenido o parcialmente contenido, como son lagos, piscinas, embalses, o el estuario del Plata) golpeó la costa.
“Por los relatos y el análisis de la prensa de la época, es claro que fue mucho más importante”, cuenta la geóloga. En Paysandú el agua llegó a pasar la ruta, según registros orales que recogió en la zona. Quizá no ocasionó muertes porque ocurrió en invierno, cuando había pocas posibilidades de que hubiera personas en las playas, y después de la medianoche.
“Sabemos que el de 1888 fue un terremoto, el más importante para la región. Si se repite uno de esos, estamos en el horno”, ilustra la geóloga. “No estamos preparados porque las construcciones no están pensadas para sismos”, agregó. Y, a diferencia de 1888, época en la que había muy pocas construcciones, hoy tenemos una infraestructura capaz de hacer mucho daño.
“Estamos en una zona en la que existe el riesgo de tsunamis, aunque no como en otros países. El riesgo nuestro es bajo pero la vulnerabilidad es altísima. Si no nos preparamos, no educamos, y ocurre un evento como en 1888, estamos en peligro”, apuntó Sánchez. Agregó que actualmente nos encontramos en un “período de recurrencia”, que es de 100 o 150 años. “Hay eventos que tienden a repetirse”, dijo, recordando que hubo pequeños eventos en 2016 y 2017 en Uruguay.
En su trabajo, Sánchez recuerda que aquellos eran edificios de no más de dos plantas, de gruesas paredes de ladrillo, techos y pisos livianos, con poco mobiliario y estructuras sencillas. “Las viviendas más precarias de los grupos más humildes eran de estructuras muy livianas y con muy poco riesgo en caso de caerse. Pero creemos que si esto ocurriera hoy, las estructuras de muchos edificios modernos altos podrían no soportar este nivel de movimiento y que una parte importante de la ciudad estaría comprometida al igual que las viviendas más humildes”, señala.
El pequeño tsunami de 1884 quizá haya quedado en el olvido, eclipsado por el terremoto de 1888 y debido a su brevedad. Fue, sin embargo, el único que mató gente en Uruguay y dejó como enseñanza la alerta ante la “mínima retirada de las aguas”.
Mire que llega
El de 1888 fue un sismo de magnitud estimada 5,5 en la escala Richter, con un epicentro a 14 kilómetros al sudoeste de Colonia. Tuvo varias réplicas y, según el trabajo de la geóloga, causó pánico en toda la región. El seiche dejó varado por un tiempo al vapor Saturno que hacía el trayecto Montevideo-Buenos Aires.
El fenómeno duró medio minuto, a una hora en la que la mayoría de la población dormía (poco después de medianoche). Según el antiguo diario La Nación, “la alarma producida por el sacudimiento fue inmensa”. “Aquello era el fin del mundo. Los que dormían se despertaron súbitamente y al arrojarse al suelo vieron que la cama bailaba y el suelo trepidaba sordamente”, narra el periódico.
El terremoto no dejó en paz a los que ya estaban viviendo tragedias. En un velorio que se realizaba en la calle San José, “los concurrentes salieron espantados a la calle al ver que el muerto y la mesa se movían”. Mucha gente salió (“en paños menores”) a refugiarse en las plazas céntricas. La prensa reportó que hasta la primera dama (Ascensión Sáez, esposa de Máximo Tajes) “se vio atacada por una ligera indisposición al verse sorprendida por el sacudimiento”.
El diario El Siglo se preguntaba muy confianzudo: “¿Se habrá caído algún aerolito morrocotudo?”, mientras los especialistas hablaban de fenómenos “neptúnicos” o “volcánicos”.
El cliché del imperturbable inglés se comprueba si uno contrasta estas crónicas de los medios con el diario que los ingleses editaban por entonces en Montevideo, The Express. El 7 de junio, el diario le dedica un par de párrafos al fenómeno, asombrado del pánico montevideano y de la cobertura de la prensa. “El terremoto, naturalmente, fue tema de conversación constante, pero se convirtió en tópico fértil para los diarios (…) uno o dos con una visión alarmista”, dice, para agregar luego: “Esta exhibición de los poderes desconocidos de la naturaleza ya de por sí es suficientemente terrible para los supersticiosos y los asustadizos como para que sus miedos sean intensificados por diarios alarmistas”.
“El pánico causado por esta visita inusual fue general. Para este cronista, que estuvo varios años en Perú, las dos sacudidas fueron comparativamente suaves”, comenta condescendiente.
El cronista inglés incluso reflexiona que el primer impulso de la gente fue correr al exterior, “pero pensando en las calles de un pueblo como este, casi todas angostas y rodeadas de casas con balcones y parapetos, presenta casi tanto peligro como quedarse adentro”.
Pero seguro que el pánico había dejado al menos un aprendizaje que nos serviría para tomar precauciones desde entonces. “Este terremoto deja en evidencia que el Observatorio Meteorológico de Villa Colón, el único del país, no tiene sismógrafo. Creemos que ya se ordenó uno”, advertía iluso The Express.
Instalación de sismógrafo en Tacuarembó. De derecha a izquierda:Ing E. Latorres, J. Saltorio, H. Castro, J. Loureiro, A. Curbelo, M. Rodriguez y L. Sánchez Bettucci
El Telégrafo Marítimo lo dejaba más claro, culpando ya a la desidia de las autoridades. “Si hubiéramos tenido el sismógrafo Cecchi, ordenado ya en Florencia desde el mes de diciembre del año pasado, nos habría sido posible consignar aquí su verdadera intensidad y la dirección de los movimientos, pero faltándonos todavía eso solo la podemos deducir de algunos hechos que lo acompañaron”, indicaba.
“Imaginate. Ya en 1888 la prensa comentaba que estaban esperando un sismógrafo para medir. Al final lo esperamos más de 100 años”, bromea la geóloga Sánchez Bettucci. El primer sismógrafo en Uruguay comenzó a funcionar en 2013, por lo que en realidad hubo que esperar 125 añitos; si es cierto que habían ordenado uno, es sin dudas el delivery más demorado de la historia.
Martín Otheguy
(por más “Noticias de ayer”, motheguy@m.uy)
Agradecimiento especial a la geóloga Leda Sánchez Bettucci